lunes, marzo 30, 2009

Tecnología versus aburrimiento

Mi disco duro ha muerto. Como consecuencia de su paso a mejor vida estoy sin ordenador, como no podía ser de otro modo, tampoco tengo drivers de programas (ya decía mi abuela que el que anda de casa en casa nunca tiene nada...) y he perdido las fotos más recientes que tenía. Las mías no importan demasiado pero las de los pequeños roedores... En fin.

Lo peor es que no puedo usar mi portátil y he descubierto lo horripilante que es la programación y la capacidad de aburrimiento que puedo llegar a desarrollar. Llega la noche -que es cuando más me apetece escribir- y no tengo el cacharro. Tengo ganas de hablar con algún adulto y estoy incomunicada. Pues sí que estamos fastidiados con la tecnología. No me había dado ni cuenta.

Sin embargo, si se pone uno a pensar... Yo recuerdo perfectamente cuando los universitarios no teníamos, no digo ya internet -que no existía-, ordenador personal. Ni móviles. Si te perdías, estabas jodido. O si te daban plantón. Incluso en la etapa universitaria, los estudiantes no tenían teléfono fijo en sus casas y los locutorios estaban desbordados de chicos y chicas que llamaban a sus padres y a sus churris.

Es un adelanto el chisme portátil ése en este aspecto. Ahora, la nenita de mamá puede estar pecaminando a gusto con el de turno, coger el teléfono y asegurarle a su querida progenitora que está estudiando y la respiración entrecortada se debe a su ansiedad por el examen.

También es útil cuando te cansas de hablar con alguien. Dices que se corta, lo alejas y gritas: "¡Te pierdo, oyeee, te pierdo...". Y cuelgas.

Cuando no tienes valor para llamar al que te mola o para decirle que le odias, escribes un sms -qué cosa más apañada- y lo envías al espacio sideral. Si no te contesta es duro pero ya sabes de qué va la fiesta. Y así el tipo sabe que existes y que tienes muchos ovarios... por escrito. Hasta foticos puedes mandar, para que sepa lo que se pierde.

Bloqueada estoy hasta para buscar curro. Y entonces, de pronto, regresa el invierno y ya es lo que faltaba. Tengo frío y me da pereza salir a comprar un nuevo disco duro, me pongo en modo cocoon y cada día estoy más apalancada. No leo blogs porque sólo entro en la red a través del pc de mi compañera y no es cuestión de tirarme la tarde metida en su cuarto.

La verdad es que no sabía que podía echar tanto de menos a mi portátil. El hardware de las narices palmó cuando yo llevaba el ordenador con sumo cuidado para que no se dañase y, con mi proverbial torpeza, me tropecé con el cable y se cayó en plancha. Al menos arranca pero no me contesta, no me llama... Ni una palabra.

Para algo del género masculino que tenía que me era fiel, aceptaba mis pajaradas literarias sin protestar, lo tomo y lo dejo cuando quiero sin chistar y me hace compañía, va y se queda amnésico. Pensándolo bien, eso es muy masculino...

En fin, a ver si mañana me quito las telarañas, consigo el HD y pongo en marcha a mi pequeño robot incondicional.

Profunda que está una hoy.

jueves, marzo 26, 2009

En tierra de nadie

Realmente, el modo en que actúa mi mente nunca deja de sorprenderme. Me encuentro, una vez más, después de dos años y medio, en tierra de nadie.

Cuando tuve que abandonar Galicia lo hice sin pena (aunque dejé atrás a alguien que me importaba mucho pero yo a él no tanto) por cuanto era mi única opción, el futuro se abría prometedor ante mí y emprendía una aventura a un mundo totalmente diferente al que conocía. No quiere esto decir que no sintiese tristeza de separarme de mis amigos pero sabía (como así ha sido) que no iba a perderles por ello. Simplemente, percibía, más allá de la pura lógica, que mi destino no estaba allí. Y tenía que ser fiel a mí misma y al propio azar, que no lo es tanto.

Ahora "sufro" el proceso inverso. Estoy enamorada de Madrid, nunca me cansaré de repetirlo, tengo buenos amigos aquí, una gran calidad de vida para mis hijos pero... todo eso que se me hacía un mundo abandonar... me da la sensación de que ya no es mi camino. Sigo buscando oportunidades aquí pero me siento en Santiago, noto que me llama, que requiere a su hija pródiga. Así, estoy más a la expectativa de que el milagro que necesito se produzca allá que aquí. Tengo más fe y posibilidades, fuera de la razón en sí misma. Lo noto en el estómago y mi estómago no se equivoca.

Tal vez sea el hecho de no encontrar nada adecuado a mis posibilidades, que -irremediablemente y muy a mi pesar, tal vez porque los hombres en Madrid sí me han parecido muy decepcionantes- mi corazón sigue perteneciendo a quien no debe en las húmedas tierras de las que provengo, que echo de menos a mi prima y a mis amigas, a sabiendas que luego echaré de menos la gran urbe y las buenas personas que he conocido aquí. Sé que, curiosamente, me sentiré más sola allá porque todo mi entorno está conformado por parejas estables, con hijos, con las que yo no pinto mucho. Echaré de menos el sol, tan renuente en Galicia, a mi duendecillo (que no me perderá nunca, en cualquier caso, y lo sabe). A M. que nunca está pero sí está, a mis vecinos que son los padrinos adoptivos delos niños... Pero ya no estoy aquí y no sé cómo solucionarlo, si es que debo hacerlo.

Tengo miedo a volver sin nada, no quiero eso. Pero si regreso como sería lo deseable -y no hablaré de ello que todo se gafa- creo que, contra todo pronóstico, mi lugar vuelve a estar allá. Es la galleguidad. Emigramos pero nuestro destino parece siempre enfocado a volver.

No descarto nada aún. Me quedan tres meses para encontrar algo que merezca la pena si no sale lo que tanto la merecería en Santiago. He empezado a asumir el cambio: (mi casa ya no me parece tanto mi casa, el desapego es, en mi caso, muestra inequívoca de cambios). Tengo la firme intuición de que cierro una etapa. O la pospongo. Lo mismo que vine y tal vez me vaya, mi vida ha dado suficientes carambolas para imaginarme retomando nuevos rumbos cuando las cosas decidan removerse en mi contra. O no. No lo sé.

Sólo sé que me siento fuera, desubicada, que algo me dice que habré de recoger. Sea, si tiene que ser. Y que sea para bien.

Que ya es hora.

lunes, marzo 23, 2009

Escritura automática

Luce el sol en este mi Madrid que parece tener los días contados. Estoy griposa, permanentemente afónica (parezco la niña del Exorcista) y con ganas de actividad.

Ayer alguien me preguntó sobre qué escribía y la respuesta de su pareja y casi también la mía fue: "Sobre mí misma". La verdad que cuando comencé no quería hacerlo así y, ahora mismo, me gustaría hacerlo menos pero resulta casi inevitable. Como no escribo para contar sino para escribir es un círculo cerrado. Especialmente porque las verdaderas intimidades me las guardo y de la política mundial, directamente, me inhibo.

Será por eso que me gusta hablar de las personas por dentro (yo o quien sea), de los sentimientos que tenemos que pasar el día a día disimulando. Yo estoy atrapada en mi propia maraña... Sentir o no sentir... No quiero pero no decido ni lo más mínimo y ni siquiera tengo a ese alguien cerca. Es más, creo que está más distante que nunca y me siento algo responsable aunque tuviese razón cuando decidí apartarme de su influencia. Pero así es el amor, no atiende a mi racional cerebro.

Me siento en tránsito y cada día estoy más convencida. Una parte de mí dice que ese nuevo destino puede darme lo que en otro tiempo me fue vedado y la otra, teme repetir viejas carencias, historias, impotencias.

Mi Duendecillo y yo nos hemos comprado "Ilusiones" a medias, mi libro de culto. Sigo encontrando respuestas en él, sigue maravillándome. Daría lo que fuese por tener una bola de cristal y saber qué pasará en unos meses. No me asusta la contrariedad, me asusta la incertidumbre. Tengo toda la capacidad, la experiencia y la actitud para tener una vida plena pero me faltan los medios. Algo me dice que algún día tendrán que llegar, sólo espero que no me pillen en un cementerio de elefantes.

Luce el sol en Madrid y no tengo nada que deba contar. Sólo necesitaba escribir y eso he hecho.

Una necesidad cubierta, al menos.

miércoles, marzo 18, 2009

Fuerza tropical

Es curioso esto de los blogs personales. Cuando yo comencé a escribir no pretendía abrir una ventana de mi alma para que la gente que no me ha visto, oído, tratado ni conocido dedicase sus horas a solazarse con mi aparente mal o decidiese exponerme a la opinión pública como si fuese la novia de un famoso. Cuento lo que tengo a bien y me callo muchas, muchas cosas que sólo saben los que realmente forman parte de mi estrecho círculo.

He descubierto que hay personas que salvan la monotonía de sus vidas poniendo etiquetas a las de los demás. O incluso se sienten mejor consigo mismos pensando que la mía es triste o patética. O me llaman fracasada.

Esto me recuerda a un antiguo post mío "Vidas deshechas" (no me acuerdo de cómo insertar enlaces pero está al principio, en marzo o abril de 2007). En él hacía alusión a personas e incluso lectores que decían "comprenderme" por sus "fracasos" sentimentales y cómo habían "rehecho" sus vidas. Como decía entonces, que una relación finalice no es un fracaso, es un triunfo, aunque duela. Has tenido la oportunidad, la has vivido y, cuando se acabó -que siempre se acaba-, has pasado página. Y punto.

Algunos se permiten opinar que una va en caída libre o le va bien o va mal en función de sus propios criterios personales. Para mí los cambios pueden ser costosos, dolorosos, difíciles pero no son fracasos porque me atrevo a asumir riesgos y eso conlleva un poco de todo. Me comentan que a ver cuánto me queda. ¿Me queda para qué? ¿Para escribir este blog? ¿Para seguir luchando? ¿Para seguir viviendo? Yo no hago nunca esas cuentas, estaría bueno

Desde luego, nunca he pensado que mi vida está o estuvo deshecha. Ni yo ni mis allegados. He mantenido la sonrisa y las ganas de vivir cuando los ciclones -que a muchos otros/as hubiesen destruido- vinieron a darse una vuelta por mi vida. Yo soy una isla tropical. Estoy habituada a los huracanes y a saber cuándo hay que apuntalar el tejado en función de los futuros desperfectos. Y lo que se ha roto, no me importa, el haberme convertido en nómada me ha llevado a descubrir que todo es perecedero, que nada se conserva y que, aunque lo conserves, llega un momento en que sobran demasiadas cosas.

Sigo siendo una persona que hace feliz a las personas que le importan, que sabe disfrutar de la vida con lo que sea, que conserva intacto su valor para emprender las aventuras que hagan falta, aunque a veces me agote, como cualquier ser humano. Mi diferencia es, quizás, que cuando he tenido que tirar la casa por la ventana, en vez de sujetarme a un clavo ardiendo (léase vivir en casa de mamá, echarme un novio que me quería pero yo a él no porque es lo "conveniente", arrastrarme a cualquier precio para conseguir cosas, etc. etc...) he tirado hacia adelante y he apostado por mí misma. Y nunca he errado. Las cosas en la vida ocurren como toca o te toca pero no porque uno fracase. Estar vivo, ser osado, ser madre y padre, ser mujer (muy mujer) y no formar parte de la mediocridad tiene un precio que conozco hace mucho.

No soy ninguna supermujer pero, sin duda alguna, no soy una fracasada. Me sobra fuerza y juventud (incluso belleza) para seguir viviendo, que es a lo que he venido. Mi única verdadera preocupación son mis hijos, como cualquier otra madre. Todo lo demás, me lo pongo por montera y lo reciclo para mi crecimiento interior.

Es probable que mi vida vuelva a cambiar en muy poco tiempo. Pero tal vez me compense porque la vida es así. Es una niña caprichosa y egoísta pero, de vez en cuando, se comporta y comparte los caramelos con los vulgares humanos. Y, como dice Serrat "está tan bonita que da gusto verla". No sé qué va a suceder pero tengo la garantía, que muchos otros no tienen, de que nunca estaré sola.

No voy a "rehacer" mi vida o fracasar. Voy a seguir viviendo, como siempre. Y para cuando esa niña caprichosa (no la de Rajoy) se siente a compartir sus juguetes conmigo, aprovecharé que está de buen humor y le sonsacaré todo lo que pueda y más, que para eso tengo experiencia.

Y la experiencia es un grado.




(El disco duro de mi ordenador ha muerto. No encuentro los drivers. Ésa es la única razón de que escriba menos. Os mantendré informados).

jueves, marzo 12, 2009

Confieso que he vivido

Soy ave nocturna por devoción y por nacimiento. Mira que he tenido todo el día para postear pero no, es ahora, que debería acostarme, cuando me siento con ese impulso tan natural e inexplicable para mí como es escribir.

Casualmente está ahora en la televisión Miguel Ríos, alias El Inmortal, cantando "Santa Lucía". Es increíble lo de este hombre, ya era un viejo roquero cuando yo apenas me acercaba a la pubertad. ¿Cuántos años tendrá...?

Tenía yo muy poquitas primaveras, doce o trece, cuando bailábamos esta canción en los guateques que organizaban los de FP de al lado de mi casa. Éramos tan macacas que no nos cobraban por entrar... Pero dentro ligábamos lo nuestro y, claro, "Santa Lucía" era tema obligado en el lento.

Es sorprendente cómo una canción puede arrastrar tantísimos recuerdos. Proyecto de adolescente, mis amigas más desarrolladas mostraban una sombra muy alargada que, unida a mis complejos propios de la edad (me volví tímida y retraída durante más de un lustro), hacía que me comiese poca cosa. No era muy dramático, era una niña buena, no me interesaba tanto salir con chicos como saber que le gustaba a fulano o a perengano. Qué candidez tan lejana...

Cuesta mucho liberarse de los complejos, a veces no se logra nunca. Yo tardé lo mío en sacudirme algunos estereotipos educacionales y propios. A los 18 resucité a los ojos de los hombres pero a mí me quedaba mucho por andar. Durante años me he mirado al espejo como una extraña. Veía esa cara y no encontraba mi alma en ella. Fui consciente de esta rareza desde muy pequeña, casi todo el tiempo en que estuve en el lugar equivocado y mi cara sólo escondía una cruda realidad que no me atrevía a compartir con nadie.

Crecimos, cambié de ciudad, de amigos, algún novio, un marido, un ex marido... Y una segunda oportunidad. Ahí rompí con el último de los lazos tradicionales que me maniataban. Y empecé a mirarme al espejo y me reconocí. Era yo, al fin. Siempre me veo ahora. Con mejor o peor cara, triste o alegre, guapa o fea pero siempre yo. Me hice con la autoestima necesaria que cualquier persona debe tener para desarrollarse como tal. Debería ser una asignatura escolar. Cómo has de amarte y ser indulgente contigo mismo para poder llegar a amar y tolerar a los demás.

Quien no me conoce demasiado me tacha de engreída porque no tengo reparo alguno en no renegar de mis virtudes. Me he pasado demasiado tiempo tirándome tierra encima y, como no me canso de repetir, la falsa modestia me parece un defecto insufrible. También algunos dicen que soy dura, crítica e infranqueable. Es algo que hace sonreír a mis íntimos e incluso a mí. Ácida e irónica, gran verdad. Con genio, también. Osada, carnal, apasionada y con mucho amor guardado como un tesoro para no dárselo a cualquiera.

Escucho a Miguel Ríos y no siento ninguna nostalgia. Sólo la etapa universitaria tiene recuerdos para mí que me encantaría revivir, por la calidad de los amigos que tuve, por las grandes juergas que nos corrimos, por esa maravillosa despreocupación por el porvenir que sólo se puede disfrutar en ese tiempo.

He conocido a muchos hombres. O distinguido, según el caso. De todos ellos sólo tuvieron mi corazón sin condiciones dos aunque no pude entregárselo, así son las cosas. Sólo ellos dos harían latir mi corazón con su sola presencia a pesar del tiempo. He tenido amantes mejores, enamorados mejores, novios mejores pero... el sentimiento no se ha llegado a superar.

He tenido y sigo teniendo una vida intensa, mi femineidad es uno de mis rasgos más marcados, me siento muy mujer y me gusta ejercer de ello. Ha habido luces y sombras, fuegos artificiales y bombas de metralla que dejaron sus cicatrices, no sólo en el ámbito amoroso. Las cosas nunca han sido fáciles, el día que me decida a escribir un libro me dará para tomos y tomos... Y la realidad superaría siempre a la ficción.

Miro atrás sin añoranza, al presente con coraje y al futuro... no lo miro, no existe. No me arrepiento de nada, es una de mis máximas vitales. Sólo tengo la sensación de que he hecho muchas cosas, he vivido muchas y, sin embargo, aún aguardo miles de sorpresas. Será que jamás he tenido una vida tradicional, con su núcleo familiar tradicional, con un trabajo tradicional, un bienestar tradicional. No me quejo, es mi karma, ése es el sello de la Ninfa. Todo ello me ha traído hasta aquí y aunque no me libro de la pesada cruz de la supervivencia me gusta quién soy.

Para los muchos que caen en la tentación de pensar que me conocen o que pueden juzgarme a través de mis textos, un consejito: hablar por hablar denota ignorancia, criticar por criticar muestra inseguridad y hacer juicios de valor sin saber, pobreza espiritual. Todos ellos deberían hacer su propio blog y echar ahí sus miserias o incluso las mías. Pero en su casa, no en la mía.

Yo no tengo que dar explicaciones de nada ni a nadie. Lo que he hecho bien o mal a sólo a mí atañe y lo que gane o pierda en ello es única y exclusivamente mi responsabilidad, mi desgracia o mi suerte.

Eso sí, sé que mi vida será siendo un enigma, que nunca será corriente porque yo no lo soy y eso, a veces tan doloroso y tan duro, me alegra. Me queda todo por descubrir y, sin embargo, a día de hoy, de todos mis pecados sólo confieso uno: que he vivido. Y pienso seguir haciéndolo.

Le pese a quien le pese.

lunes, marzo 09, 2009

Se cierra el círculo

El círculo se cierra. O eso parece. Mi intuición natural por mi condición de mujer, unida a mis orígenes gallegos, se ha ido desarrollando con la experiencia y la permanente sensación de vivir en el filo. Es por ello que atiendo a las señales. Y las señales llegan.

No son señales que auguren un futuro mejor, ni siquiera un futuro pero sí indican -o a mí me lo parece- un destino. Yo soy un tanto fatalista, en el sentido más estricto de la palabra, o sea, no es que crea en destinos negativos pero sí pienso que hay cosas que no dependen de nosotros. Simplemente, son así.

Todo en mis circunstancias actuales apunta a un cambio radical. Una vez más. He intentado por todos los medios resistirme, luchar contra los elementos y no ha servido. La realidad se impone a mis deseos y a la vida que, en su momento, creí elegir. Esa vida ya no es tal. Es otra cosa, por mucho que me niegue a admitirlo. Lo que considero lo mejor no se materializa. Y es posible que ésa sea la señal.

No me siento ni optimista ni pesimista en este estadio aunque negar que duele sería mentir. Pero empiezo a valorar otros futuros posibles, otra vida que pensé dejar atrás y que, tal vez, sólo tal vez, deba/tenga que retomar.

Madrid me dio lo que creí mi gran oportunidad laboral y personal. Y así fue durante un tiempo. A nivel personal sigo pensando que ha sido una experiencia valiosa y enriquecedora. Me enamoré de ella, de algunas de sus gentes, de su anónimo calor, de sus luces y de sus sombras. Siempre he sido muy urbana, vivir en la capital sólo ha ratificado mi gusto por las grandes ciudades, por ese tipo de urbe que se reinventa constantemente, que descubres una y otra vez, inabarcable, inmensa y siempre sorprendente.

Le di la vuelta a mi proyecto vital, aposté fuerte, lo aposté todo. Y perdí. No me arrepiento, soy consecuente con mis decisiones como intento ser consecuente ahora con la existencia que, casi con toda probabilidad, abandonaré en unos meses.

El destino parece decidido a devolverme a mis legendarias tierras de penumbra. La suerte no está echada aún. Sin embargo, no puedo desatender a las numerosas señales que me llegan.

La crisis hace imposible la supervivencia, se va mi duendecillo, acosado también por las dificultades económicas. Mi duendecillo necesita abrirse camino y no puede hacerlo a mi lado aún cuando ambas sabemos que nos haríamos mucho bien. Yo soy muy empática. Cuando conecto con alguien a primera vista nunca me equivoco. Esas cosas no pasan todos los días pero a nosotras nos ocurrió. Mi duendecillo es como mi fuese mi hermanita menor, hace que desee protegerla, instruirla, apoyarla. Creo firmemente que había numerosas razones para nuestro encuentro. No ha sido baldío pero breve, demasiado breve.

Nos separaremos con tristeza por partida doble. Porque quisiéramos seguir juntas y porque el porvenir es incierto para las dos. Y ésa es una de las señales.

Demasiados obstáculos, demasiadas casualidades, demasiados intentos fracasados. Tal vez sea hora de rendirse. Una retirada a tiempo es una victoria, dicen. A lo mejor no es una retirada, es lo que tenía que ser.

Si las señales no fallan espero que haya una expectativa esperando porque los pasos atrás nunca han sido mi estilo. Espero que lo que este destino caprichoso me reserve tenga sentido. Necesito que lo tenga. Siento una extraña serenidad. Esa tensa calma que precede a la tormenta, una calma parecida a la resignación. O a la aceptación.

Los extraños sucesos de este pasado mes y la imposibilidad de mantener ningún tipo de estabilidad me dan las claves para que, salvo sorpresas de última hora, tome mi decisión (por otra parte ineludible, no tengo opción) con tristeza pero tranquila. Al menos ahora. Quedan unos meses de prórroga y luego...

¿Quién sabe...?

miércoles, marzo 04, 2009

El halcón vuela de nuevo... en solitario

Ya he regresado, al menos de momento. Han sido cuatro días intensos. Mis tierras de penumbra me recibieron con sol y noches de fiesta. Algo de lluvia también pero, en fin, le tocó a toda España.

Mi visita fue densa en cuanto a contenidos (por gestiones que podrían llegar a ser importantes en mi vida), por sensaciones (parece que el síndrome de Lady Halcón no desaparece ni a palos. Al lobo le pasa lo mismo: siempre unidos pero siempre separados). Nunca sabe el halcón si ha dejado huella, siempre se encuentra al lobo como le dejó, ni adelante ni atrás. Y las sensaciones exactamente iguales. Eso sí, sin teléfono, sin reproches, sin expectativas. Como Lady Halcón. Como el Lobo Hechizado.

Presumí de ciudad, le enseñé mis amadas piedras a mi compañera de viaje, visité a los amigos que pude (imposible a todos, no queda otra que dosificarse), a la poca familia que conservo -por mucha bronca que me eche uno que yo me sé, cada uno conoce sus trapos sucios- y a mis reencuentros con viejos amigos, viejos ligues... Esa vida que aparqué pero no ha muerto, al parecer.

Es lo que tienen las pequeñas ciudades: todos estamos al alcance de todos. Si quieres, que conste. Hay lugares a los que yo podría acudir y no encontrarme a nadie pero va contra mis principios permitir que nadie limite los lugares a los que tengo costumbre de acudir. Aunque sigo con el corazón latiendo, está hibernado, sabe lo que hay, aquí y allá. A la altura de lo que pueda encontrar, mucho o poco. Siempre he sido camaleónica, no voy a cambiar a estas alturas.

Ahora publico también en un blog de "pago" (a ver lo que cobro). Elegí tema rosa, vende más y yo soy una tía pragmática. Además, me dedico a rajar y eso se me da bien.

Estoy en compás de espera. Pueden llegar decisiones importantes, un nuevo giro vital. O no. No puedo ni quiero hacer planes más allá de una semana, es inútil. Si acaso, recuerdo lo que me ha dejado buen sabor de boca y evito la nostalgia. No porque no pueda sentirla sino porque nunca me ha servido de nada. Añorando la felicidad pasada te pierdes el presente.

Y a mí no me gusta perderme nada.