viernes, noviembre 30, 2007

Hawai, Bombay...

Como veis, contra todos mis principios, me he presentado a un concursito. Es el del post anterior (os lo voy a ir recordando para que me votéis, ¡jejeje!). No me quita el sueño el viajecito a New York pero sí me apetecería que la Escuela de Escritores (creo que se llama así) llegase a leer alguno de mis textos y me regalasen un cursito de esos tan atractivos.

Me atrajo el reto de contar mi año en menos de 365 palabras y aunque me dejé miles de cosas en el tintero (qué fácil y resumido se ve ahora todo y qué dificil es salir adelante día a día) no me disgusta el resultado.

Todo parece indicar que recuperaré a la primera interna que tuve, Rocío. Una niña muy joven a la que nadie quería dar trabajo que se organiza de lujo, atiende a los niños de maravilla y es honesta donde las haya. Un bicho raro, vamos. Así que, valorado que los peques y yo no podemos seguir así de solos y necesitamos un respaldo, la he vuelto a buscar y aunque no puedo darle la totalidad del sueldo de una interna, tiene carta blanca la mayor parte del día para hacer algo por horas. Para mí será un esfuerzo pero más factible y ella ganará más dinero sin vivir en la esclavitud en que la tienen dentro de la casa del Opus, con uniforme y cuatro críos.

Creo firmemente que la estabilidad puede llegar con ella y necesito serenidad porque ya estoy cansada de saltar obstáculos.

Tengo una entrevista con un jefazo para posibles colaboraciones. De todos modos, es esta clase de entrevista que te hacen porque se lo ha pedido otro señor importante, por hacerle un favor a él. Cuando de entrada te dicen que no buscan a nadie significa, traducido a la lengua popular: “Tengo que verte porque a fulano le cumplo el capricho pero no hay trabajo”. Ya lo he vivido antes pero no se pierde nada por intentarlo.

A lo mejor, alguno rompe la tradición y me ofrece una colaboración que me dé la calma. En cualquier caso, yo siempre voy sin expectativas, así no hay desilusión posible.

Mi relato me trae por la calle de la amargura porque me parece que no voy a ser capaz de adivinar qué quiere quien me lo encargó (que para más inri es una persona que me importa mucho) entre otras cosas porque no me lo dice y el tiempo ya juega en contra.

Hoy es uno de esos días que escribo por escribir, porque me gusta, porque tengo tiempo pero no he hecho nada extraordinario (como siempre) ni estoy especialmente inspirada para contar desastres nuevos.

Decir que últimamente sueño con unas vacaciones al sol del Caribe, sin hacer nada, ligando bronce y durmiendo a cualquier hora del día o de la noche.Una tontería, claro, porque lo más lejos que iré será a Málaga y en coche _punto éste último del que ya me estoy arrepintiendo…_ pero, Dios, qué sensación sería ahora tirarse al sol, daikirí en mano, acariciada indolente por el sol, sin pensar en nada, sintiéndote millonaria durante una semana _o cinco días, tampoco me voy a poner exigente_.

Hubo un tiempo, cuando era semipija y estaba casada con dos sueldos y sin niños, en que viajaba mucho. En realidad empecé mucho antes, ahorraba todo el año y me pulía toda la pasta del trabajo en esos días vacacionales. Nunca he visto dinero mejor gastado fuera de las necesidades de mis hijos. Gastar en viajar es gastar en vivir.
Yo he tenido la suerte de descubrirlo pronto y, aunque ahora no puedo, he visto bastante mundo, he disfrutado de mis lujos anuales y he sido absolutamente feliz como sólo lo soy cuando estoy a miles de kilómetros de la vida cotidiana.

Hice turismo de piedras, como digo yo, oséase, cultural y poquito de sol. Mi cansancio existencial me conduce ahora una mezcla pero reconozco que, desde el estrés de la permanente preocupación, unos días sintiéndome la reina de Saba deben ser lo más.

Y no hacer nada. No entiendo a la gente que no puede estar sin hacer nada. A mí se me da de lujo. Si acaso, puedo sacrificarme y tomar unas copas, ponerme un modelito y disfrutar de una enorme cama con el partenaire adecuado.

Ésa es otra. Cuando viajaba con mi maridito iba a preciosos hoteles de cinco estrellas (sí, paso de ser mochilera, yo soy una ninfa disfrutadora de la vida…) con camas King Size que quitaban el sueño. El problema es que, dada nuestra apasionante vida sexual, la utilizábamos para estar lo más lejos posible el uno del otro y esas habitaciones diseñadas para no salir de ellas pierden mucho si no se disfrutan por completo.

Qué mayor placer hay que abrir el minibar, antes y después del orgasmo, sin prisa por salir a ninguna parte, revolviendo la cama, aprovechando el superbaño y los geles de olores maravillosos, envolviéndose en toallas enormes que volverán a caer antes de empezar siquiera a vestirse para luego, ya agotados, arreglarse y salir a cenar, a recuperar fuerzas. Y para cuando vuelvas, la habitación impoluta de nuevo, las luces del velador encendidas y la cama abierta… ¿De verdad que no lo estáis viendo?

Pufffff, definitivamente, necesito unas vacaciones.

O un electroencefalograma plano que esta cabeza mía que no descansa me matará.

jueves, noviembre 29, 2007

Saltos mortales en 360 palabras

Definitivamente, mi año no tiene desperdicio. Ha sido una etapa de cambios, saltos mortales, vicisitudes y mucho valor. Cambié las piedras de mi Compostela natal por el asfalto de la Gran Vía madrileña. Dejé a mis amigos de siempre para conocer a otros más parecidos a mí (por solos, por libres,, por desparejados).

Me subí al avión del futuro con una mano delante y otra detrás, sin conocidos, sin casa y sin dinero, con mi coraje como único equipaje. Atrás dejé tres años de infierno en el paro, a mis niños en casa del desequilibrado de su padre a quien le ha dado tiempo de tener dos niñas (¡y van cuatro!) sin abandonar el paro ni la pensión irrisoria que nos pasa.

Mientras ellos apoyan la natalidad, yo he hecho algo tan prosaico como lograr un trabajo estable, montar un piso para mis dos peques de 5 y 6 años en solitario. En los 4 meses de nuestra separación recuperé una parte de mi vida de soltera, di carpetazo a relaciones que no me conducían a ninguna parte y luché con uñas y dientes por un empleo que se me resistió hasta el último día. Ante todo, solté lastre y crecí.

Escolarizar a mis hijos fue una pesadilla, perdí todas las subvenciones, tuve que llamar a la policía para que me entregasen mis muebles, he padecido seis asistentas en tres meses y aún no me he suicidado.

En la capital me encuentro como en casa, soy urbanita vocacional. Me fascina la embriagadora vista del Palacio Real y la Almudena desde mi oficina. He conocido artistas de paso, sentimientos prohibidos, noches vacías con tipejos vulgares y noches llenas con algún mago de las emociones. Me atreví con algún affaire al límite de lo políticamente correcto, enfrenté nuevos retos laborales y vitales y he descubierto cómo ser madre en soledad y casi morir en el intento.

Estamos lejos (mi pequeña familia y yo) de haberlo logrado todo pero somos valientes y aventureros y nos merecemos una oportunidad. He renunciado a ser una superwoman, una supermamá y una supernada. Sólo soy una mujer de los pies a la cabeza.

Y nunca es tarde para descubrirlo.




(Este post participa en el concurso de atrápalo. Vota si lo deseas)

martes, noviembre 27, 2007

Del abrazo con sentimiento inesperado

Vaya semanita, señores. De la parte del servicio doméstico (qué cosa tan refinada parece dicha así…) prefiero no hablar hasta hallar soluciones. Baste decir que la susodicha asistenta me ha dejado dos vísperas de puente colgada con enfermedades repentinas y no ha ido recoger a los niños.

He tenido de todo, desde ataque de rabia, autocompasión e instintos asesinos. Ahora, con el fin de semana aguado por la impresentable en cuestión, espero a que las cosas se solucionen, despacio y con mucho esfuerzo, para no perder las buenas costumbres. Os mantendré informados de tan apasionante asunto y que tanto me desquicia.

En fin, a lo suyo. Al fin me pasé por casa, o sea, mi tierra natal. De modo fugaz , porque dos de los cuatro días que tenía los pasé al volante (¡NUNCA MÁIS!), pero al menos pude ver a alguien.

A mi hermana A. la he visto lo suficiente para decidir que voy a pasar más días de Navidad en mi tierra de los previstos porque me necesita. Está como una cabra postparto, con su bebé, atacada de una maternidad galopante acompañada de un hombre mayormente inoperante, como casi todos en estas lides.

Sigue perdida para la causa, esto es, no sale aunque diga que quiere y proteste todo el rato, no mea más que si el niño duerme y, fuera de Gran Hermano, que le apasiona, y los achaques de la criatura, apenas hemos podido entrar en ninguna otra materia. A pesar de los pesares, creo que le hace falta tenerme cerca aunque sea para darle alguna palmadita de apoyo y tratar de enseñarle la luz al final del túnel de la “babyetapa”.

También me ha dado tiempo a mosquearme con una “amiga” que me dejó colgada nada más aterrizar, así que está castigada hasta la vuelta y ya veremos.

Mi prima, más guapa que nunca la condenada, sigue matándome de envidia con el precioso piso que está montando y su inigualable buen gusto para hacerlo. Es curioso, hace unos años, cuando compré mi piso, también tuve mi temporada de interiorismo desatado pero ahora, tras tantos esfuerzos y muebles tirados, me encanta ver pero no tengo las fuerzas ni la ilusión para acometer ningún proyecto decorativo. Se va desgastando una hasta para eso, vaya por Dios.

Mis amiguísimos de siempre, pues tal cual. Como en casa con todos nuestros roedores destrozando la suya (¡Cómo mola…!) y en tránsito hacia la Navidad.

La noche de copas estuvo curiosa. Me encontré algún amigo, algún ex amante que otro y caras conocidas. He de decir que hubo un encuentro que me impactó especialmente.

Yo acostumbro a pensar que, salvo relaciones muy cercanas, el poso que se deja en relaciones poco ortodoxas es inexistente. No acostumbro a guardar rencor por nada y mis relaciones en relaciones más o menos platónicas (o no) son siempre afables.

Sin embargo, esa noche me encontré a una persona en la que no creía haber dejado la menor huella. Nos vimos y esperaba un saludo cálido, cordial. Sin embargo, para mi sorpresa, recibí uno de los abrazos más… epatantes de los últimos años. Es difícil describirlo. Fue un abrazo, largo, fuerte, denso. Nada de brazos blandos o besos de cumplido. Me estrechó con fuerza, me quedé pegada a ese abrazo durante unos largos segundos y me transmitió… un afecto profundo, sincero, intenso. Reconozco que aún me conmociona pensar en ese contacto, por inesperado y candente. Y me emociona pensar que, por unos segundos, esa persona se sintió realmente feliz de verme. A pesar del tiempo y la distancia, ese cariño no sólo no parecía haber desaparecido sino que aparecía ante mí vivo, alegre, reforzado.

Tal vez es sólo fruto de mi imaginación pero me gustó mucho encontrarme una sorpresa de tal valor humano. Ese alguien parecía sinceramente feliz de reencontrarme y, para cuando me recordó que le llamase cuando fuese por Santiago, no me quedó otra que reconocer que su número pertenecía al grupo de los borrados por falta de utilidad en mi agenda.

Sorprendentemente, a todo el mundo le molesta que le borre de mi lista (hombres y mujeres) a pesar de que mi buen criterio queda demostrado después de nueve meses sin noticia alguna de quien espera no ser borrado. En cualquier caso, éste no es el asunto.

Me encantaría pensar que, de vez en cuando, me equivoco con las personas y son capaces de reconocerme aunque, quizás, ello sea fruto de la distancia. De todos modos, no puedo sino solazarme y sentirme embriagada de que, a pesar de los pesares, la ninfa traviesa aún sea capaz de generar un afecto tan genuino en alguien que estuvo por su vida sólo de paso.

Me debes una llamada perdida y una visita. Yo también me sentí feliz de verte. Y un poco triste.

Paradojas de la vida

jueves, noviembre 15, 2007

Con gafas y a lo loco

Estreno gafas. Las he traído al trabajo. Y os preguntaréis ¿Pero esta mujer no tiene otras tonterías que contar en su blog? Efectivamente, hay puntos mucho más interesantes que narrar sobre mi vida pero como, insisto, esto no es un diario ni zona de desnudos gratuitos, cuento lo que me parece.

A lo que íbamos. Pues eso, que un hecho tan trivial como ponerse unas gafas para ir a trabajar es un gran avance psicológico en una acomplejada patológica por su miopía desde que era niña. Llevo lentillas desde los 15 años y prácticamente no me las he apeado desde entonces.

El año pasado sonó la voz de alarma: una conjuntivitis alérgica de miedo me mandó a Urgencias y el oftalmólogo me advirtió que tenía “datos de uso excesivo de lentillas”. En cristiano viene a ser que, si te pasas, el ojo genera rechazo y llegará un día en que no podrás ponértelas más. Horror.

Como he comentado sin pudor y repetidas veces, soy una mujer coqueta. A mi entender esto no es un defecto, nada hay más bonito que una mujer femenina. No soy esclava de mi imagen a mi pesar. Ya sé que suena rarísimo pero así es. Me explico:

Yo quisiera ser como esas chicas que se levantan y se maquillan todos los días para estar perfectas. Sea el día que sea, están divinas de la muerte, el pelo bien arregladito, perfectamente maquilladas y modelito elegido a conciencia para ir a la oficina o donde toque trabajar. Quisiera serlo, de verdad.

Sin embargo, no me maquillo a diario. A lo sumo, me doy un toque de rimmell y barra de labios. Desde que estoy en esta oficina _como ya he comentado_ menos todavía. No me pinto cada mañana para no ser esa chica que te horroriza un buen día a cara lavada, para no fastidiarme la piel (la verdad, la mía no necesita ser ocultada. Es limpia, sin granos ni irregularidades y no tengo arrugas), porque se me pegan las sábanas y paso tres pueblos de entretenerme con eso y por algún motivo que desconozco ya que me encuentro muy guapa pintadita y del montón a cara lavada. Encima, como duermo siempre menos de lo que necesito, las ojeras son parte de mi existencia. No tengo muchas pero se me quita la cara de salud que me depara levantarme a las mil…

Y a todo este tratado frívolo sobre mi aspecto físico matinal le sumo el hecho de que he resuelto llevar las gafas a currar porque no quiero dejar de usar lentillas (paradójico ¿No?). Además, como no veo tres en un burro, no me voy a maquillar los ojos. Los tapan las gafas y, sin gafas, no distingo para pintarme.

Resumiendo: me encuentro feísima. No tengo pasta para operarme la vista _eso sí que sería una inversiójn_ ni para comprarme modelitos que me motiven para poner más afán pictórico a mi exterior. Mis compañeros, tan bien educados ellos, o me dicen que me quedan bien _que ya me lo pueden jurar sobre la biblia que no me lo creo_ o no dicen nada (esto es peor).

En cualquier caso, algo hemos avanzado. Antes no salía ni a comprar el pan con gafas, tal era el complejazo que tenía. Me alegra superar esa parte y no pensar que todo el mundo me mira como un ovni pero es como si abandonase otro punto más de arreglo personal. Por otra parte, pienso que hago lo mejor, así mis destrozados ojitos aguantarán más tiempo las lentillas.
Para más inri, necesito un préstamo que creo que el banco no me dará. Demasiados gastos esto de empezar de cero sin un puñetero ahorro. Y, claro, pierdo las gafas y voy me compro otras. En la entidad bancaria deben creer que soy una gastadora compulsiva.

Vamos a ver qué cara le ponemos al día a día porque hasta mi peque me ha dicho que estoy fea con gafas (y él no miente), mi cuenta corriente es más fea que yo y mi menda está repodrida de vivir al filo de lo imposible por una contingencia tan estúpida como el dinero.

A ver cuando me vuelvo pija, me pinto como una puerta todos los días y salgo a la calle sólo para elegir mi nuevo modelito de Loewe. Y este comentario lo brindo a todos los que me tachan de superficial, frívola y pedorra.

Que les aproveche

martes, noviembre 13, 2007

Rebrotes de ligues y tos

Estoy malita. Así como suena, de niña pequeña, de pataleta. Me duelen el pecho al respirar, tengo una tos de justicia y he tenido que pasar por el aro (léase ir al médico) para que me diese un superantibiótico de esos de tres pastillas para sobrevivir a mi salud de tres al cuarto y ratificar mis sospechas de bronquitis y sabe Dios qué más.

Cuando uno se pone enfermo se vuelve malcriado. Echa de menos a mami con las sopitas, el plátano machacado con galletas y naranja, la cara de consternación que tan curativa resulta cuando una es, por milagro de los virus o bacterias _que ahora la diferencia es muy importante porque si pides antibióticos en la farmacia te miran como si fueses un delincuente_, el ombligo del mundo.

Mi mamá hace muchos años que no me cuida. Porque no me dejo, porque no vivo con ella y porque no coincide. Mi ex me cuidaba mucho. Le encantaba tratarme como a una niña pequeña. Tanto fue así que al final estaba firmemente convencido de que no sabía dar un paso sin él. Obviamente, se equivocaba. Desde que lo dejamos me he dedicado a dar saltos de trampolín más o menos despeinada, pero oye, con dos ovarios.

Como soy una niña mayor me tengo que fastidiar, seguir preocupándome de mis pobres peques y acordarme a cada rato de la horrible existencia que ha tenido que pasar mi madre, sin poder enfermar, con seis churumbeles, una casa permanentemente patas arriba y una panda de desagradecidos por familia.

Recuerdo que, cuando ella enfermaba, yo lo pasaba fatal. No sabía cómo deambular por casa y no encontrármela. Me parecía que todo estaba vacío y no pensaba, egoístamente, más que en que se curase para seguir estando disponible para todos. Me imagino lo sola que ha estado.

Cuando me encuentro mal siempre soy más consciente de que soy/estoy/vivo sola. Y conste que muchas veces me regodeo en eso. Pero otras, me cansa. No me quejo, he tenido visitas, de esas que te hacen sentir importante y te malcrían un poquito. Pero yo procuro no olvidar nunca que soy una unidad. No es estupendo pero es que, si no, se pierde el norte.

Tengo ganas de ir de fiesta y no tengo ni oportunidad ni salud ni pasta. Tengo ganas de ir a Galicia y no tengo ni salud ni pasta. Tengo ganas de no sé qué y como no sé qué es pues no puedo hacerlo efectivo.

Ya empiezo a olisquear las Navidades con ese tufillo agridulce que las caracteriza. Las odio tanto como las amé cuando era una niña y, por otra parte, me gustan porque tengo niños y ellos, como debe ser, las disfrutan. Busco trabajo extra y nada de nada. No sale. Es que la expresión “no me sale nada” últimamente no me la despego ni a tiros.

En Navidad rebrotan los ex ligues, ex novios y ex proyectos. Reaparecen mensajes amables y caras que has olvidado, te importan un bledo o te gustaría volver a ver. En cualquier caso, es la época perfecta para reaparecer así a lo tonto. ¿Quién sabe? A lo mejor, me llevo alguna saludable sorpresa para mi ego. Dejar señal nos gusta a todos, especialmente si ese alguien te importó o gustó o te entretuvo algo.

Pues nada, entre tosido y tosido de anciana, mis valoraciones con Ch sobre cómo pasaré mis años de desgüace y la dulce incertidumbre que me acompaña siempre aguardo…
A que se acerque el futuro. Ése que no existe.

miércoles, noviembre 07, 2007

¡Qué solos se quedan los viejos...!

A perro flaco todo son pulgas (haced el favor de no caer en el chistecito de ponerle sexo femenino a la frase que no estoy para gracietas…).

Resulta que, desde que acabé la mudanza no he vuelto a encontrar mis carísimas gafas. Carísimas no por fashion sino porque, como no veo tres en un burro, los cristales reducidos y la madre que los parió me cuestan uno de mis tuertos ojos cada vez que me paso por la óptica.

Me frustra profundamente perder las cosas que casi seguro están en casa y de las que, por desgracia, no puedo prescindir. Especialmente, cuando son caras y no me ha quedado más remedio que comprarme otras porque tengo una conjuntivitis alérgica que no se la salta un galfo y estoy machacando mis globos oculares a tal punto que voy por la vida con la mirada inyectada en sangre como una zombie.

He intentado por todos los medios escapar del gasto pero, visto que me estoy haciendo un daño que puede ser irreversible y desembocaría en la intolerancia de las lentillas, en la compra de las gafas de todos modos y que no puedo operarme, como sería mi deseo, pues a seguir engordando mi desastre económico…

Estoy empezando a pensarme lo de venir con gafas al trabajo _en el caso de la ninfa hiperpresumida esto es el colmo de la fealdad_ pero es que me estoy fastidiando la vista y aquí están todos de un felizmente casado o arrejuntado que da asco.

Es curiosa nuestra oficina, llena de chicas atractivas en edad de merecer y sin novio y llena de buenos chicos _esa cosa tan rara y escasa_, inteligentes, simpáticos, formales, fieles y firmemente atrapados. Hay que ver qué mala pata.

No veo manera de incrementar mis ingresos y lo que menos me cuadra es que son muy decentes pero no me dan ni para pipas. Entre pagos varios aplazados, colegio, pisazo y asistenta no queda para nada. No consigo alquilar el cuarto (¿No hay una chica maja de Madrid por ahí que quiera compartir con gente divertida y sana como yo?) y mi jefe me habla de soluciones paralelas en otra empresa _quizás_ pero me dan espasmos sólo de pensar en volver a la prensa. Siempre que hablo con él, y ha sido de buen rollo, me da la sensación de que ya no doy la impresión de tener ni potencial ni fuerza ni profesionalidad. No sé cómo lo hace pero lo hace.

Yo estoy a gusto en mi oficina, con sus fines de semana, sus puentes, sus días ajetreados y sus días tranquilos. Me gusta ver el edificio capitol, el Palacio Real y la Almudena desde mi privilegiada ventana. No quiero volver a la esclavitud de la prensa escrita aunque no me importaría vivir de las letras, claro, pero es que lo de soñar cuando tienes tantas facturas no apaña nada.

Está claro que no se puede tener hijos sin pareja. Es todo muy difícil y recontracaro. Y, cuando reparo en alguien, por supuesto, vive demasiado lejos o está comprometido o qué sé yo. Por otra parte, entre lo difícil que es que yo me enamore _hay que trabajar mucho el asunto y los hombres de hoy no se trabajan nada en una relación_, que ya no recuerdo cómo era aquello de vivir con un hombre ni me parece necesitarlo salvo en el plano material(¿Para qué? ¿Para matar la pasión, la emoción del encuentro, los momentos especiales, la libertad de ir y venir y emocionarte con quién te da la gana?) y que, a este ritmo, me haré mayor sin haberme enterado, está claro que lo de compartir gastos va a ser imposible y eso sí que lo echo de menos, a qué negarlo.

De vez en cuando me da por pensar en cuando sea una señora, qué sé yo, de 50 o más años y nadie me quiera ni pasear. ¿Me habré acostumbrado entonces a la ausencia del sexo en mi vida? ¿Y al amor, a los mimos? ¿Será verdad que a esas alturas no necesitaré compañero ni que me mimen ni que me amen? ¿Me sentiré tranquila con una vida sencilla, sin pretendientes _porque calculo que para entonces sólo quedarán un par de babosos, con suerte, y a mí me gustan más jóvenes desde hace ya tiempo…_?

¿Alguien puede contarme en qué consiste la vida tras la menopausia, sola y con los niños ya criaditos?

Ains, por Dios, que me está dando el bajón.

Parafraseando a uno de los grandes de nuestra literatura “¡Qué solos se quedan los muertos!

A día de hoy, sería más propio, decir… ¡Qué solos se quedan los… ¿viejos?”

O que solos nos hemos quedado…