jueves, octubre 25, 2007

Reflexiones otoñales

Hace ni se sabe que no me paso a cumplir mis deberes blogueriles. En parte, eso es bueno. Señal de que tengo una vida ocupada, que no entro demasiado en internet a vaguear y que ando en otras guerras. Aún así, no me gusta descuidar mi rincón. Reconozco cierto oscuro temor a perder a mis cada vez más silenciosos interlocutores. De hecho, no sé si seguís ahí y no os inspiro ni un comentario o ya os habéis marchado. No podría culparos en ningún caso.

Yo comento en pocos blogs y no por ello dejo de leerlos. La mayoría no me convencen o no me dicen nada y, alguna ocasión, son regocijantes sorpresas.

Otra sorpresa regocijante es que he vuelto a leer. He retomado el saludable hábito de tomar un libro entre mis manos y abstraerme del mundo exterior en el metro. No es cierto que todos los que agarramos un libro no estemos leyendo. Yo no cargo con un libro para nada. Soy demasiado práctica.

Soy una lectora exigente, he leído mucho y ya me gustan pocas cosas. Encima, mi situación económica no me permite caprichos, ni literarios ni de ninguna otra clase. Y no entro en las tiendas ni en las librerías para no caer en la tentación de acariciar un libro de novela histórica de hermosas y gruesas tapas o entrar en la sección infantil y arrasar con libros para pequeños roedores. Hay que tener cuidado con los impulsos.

De hecho, tendré que pagar dos entradas que compré en una ataque extraño para un concierto de Nacha Pop al que no podré acudir. Olvidé que no tenía con quién dejar los niños. Inconvenientes de ser una maruja solitaria con sentimientos de independencia férreamente refrenados..

Tengo sueño, continúo mi vida en Madrid padeciendo las inclemencias del infame servicio doméstico (aquí es cuando algún listo envidioso me llama pija por tener asistenta. Ya me gustaría poder prescindir de ella y embolsarme los cuartos que se lleva por no hacer prácticamente nada).

He de reconocer que siento algo de morriña ya. Es una morriña suave (lene se dice en galego, qué palabra tan evocadora) y dulce. No de la tierra, ni del regreso. Cuando vine sabía que no podía ni debía volver. Nunca doy pasos atrás y mi sitio no está allá. Ni siquiera añoro el clima, soy una gallega rara que aborrece la lluvia.

Es una añoranza de mi gente, mi familia elegida. Recibiré visitas de parte de ella en los tres próximos fines de semana. Ello me alegra y me recuerda la importancia de trabajar y cuidar la amistad. Por eso empiezo a sentir urgencia de verles, de contarles mis cosas, de abrazar a sus hijos. De que se rían con mis supuestas barbaridades y me digan aquello de: “¡Ay, Ninfa, nuestra vida es mucho más aburrida sin ti…!”.

Me ha tocado el papel de cascabel de la familia. Con mi vida paralela, salpicada de complicaciones, de aventuras y desventuras, aderezada de comentarios cáusticos que son la sal de mi vida. A mi modo, siempre les he cuidado mucho. Les he visitado porque no hay quien los saque de casa. A cambio, me atiborran de comida y cariño cuando me cuelo en sus vidas. Les he llamado cuando las cosas se ponen feas y me he puesto a su disposición para lo que humildemente pudiese hacer por ellos. Por encima de todo eso, sin embargo, les he amado siempre mucho. Eso es lo que más me llena. Es el único tipo de amor, con el de mis hijos, que me parece inagotable y _salvo amargas decepciones_ inalterable a las vicisitudes o el mal tiempo.

De todo esto que he intentado ofrecer, hemos recibido por centuplicado, mis pequeñitos y yo. Aquí estamos más solos pero lo llevamos bien. Nos gustaría poder subirnos al coche como en Santiago _aún he pensado: “en casa”_ y correr a verles. No puede ser. Les tenemos pero de otro modo. El modo autosuficiente que nos ha tocado vivir. Es una buena escuela para los niños (la vida es dura, tienen que saber que se las han de apañar solos) pero me gustaría tenerles a menos distancia.

Acaricio alguna nueva ilusión con la cautela y la incredulidad que me caracterizan. Yo no me lanzo sin pensar a las piscinas. No es cobardía, es experiencia y autoconocimiento. En cualquier caso, no soy una mujer enamoradiza, no le llamo amor a las chispas y me tomo mi tiempo para dejar que mis sentimientos, del tipo que sean, maduren y me cuenten cómo se llaman, qué necesitan y si están en el lugar adecuado.

No sé si me enamoraré algún día pero tengo perfectamente claro que eso sólo ocurrirá con calma, con tiempo, con roce, con paciencia, con complicidad. Lejos queda ya la veintena y el entusiasmarse sin ton ni son. Me dedico ahora a dejarme llevar _con suerte_ y a esperar que, si toca que llegue ese sentimiento, se vaya haciendo sitio dentro con sensatez, calma, seguridad, fuerza y determinación.

El futuro se me antoja una palabra cada vez más compleja y abstracta. Lo digo muchas veces, soy ya incapaz de hacer planes más allá de una semana. No creo en la permanencia de casi nada. No es que no me guste, soy una persona vulgar que aspira a la serenidad, pero si repaso mi existencia, este sentimiento ha brillado siempre por su ausencia. No me la dieron en mi infancia y juventud, no me la proporcionó un matrimonio de mentira y los vaivenes laborales siguen trayéndome de cabeza.

El amor me ha sido esquivo o lo he esquivado yo con mucho arte. Me gusta amar y que me amen pero el amor romántico me parece traicionero o lejano. Para compensar, le pongo a mi vida y a mis amantes pasión, sin esperanza de cambios y hasta con temor de ellos. Temo acostumbrarme a situaciones dulces, pasajeras. Con lo valiente que yo he sido y lo temerosa que me ha vuelto mi armadura…

En fin, tal vez algún día venga mi caballero –quién sabe si cercano…_, descubra que no soy un soldado y que, bajo la chatarra, sigue la niña deseosa de atención, la mujer llena de deseo, la madre tierna pero no por ello ñoña. Tal vez algún día llegue el que vea en este ser mortal a su princesa, aunque sea por un rato.

Y me quite el disfraz de rana con un manantial de besos.

Tal vez.

miércoles, octubre 17, 2007

Manual de ayuda a féminas

Comida de chicas solteras divertidas, libres y de todas las edades. Estoy recuperándome del impacto que causa tomar vino peleón de menú a la hora de comer. Está bien para una siestecita pero no tanto para sentarse a trabajar.

La comida, cómo no, ha sido muy amena. Tras comentar unas y otras sus últimas salidas de fiesta en los pasados días y la importancia de relacionarse y salir de conciertos con algo más de frecuencia, acabamos hablando, como no podía ser de otro modo, de lo Único.

Una de las chicas más experimentadas del grupo nos contaba las opiniones de su amigo/pareja/quéséyo/ acerca de los estúpidas que somos las mujeres. Fastidia pero resulta que tiene razón, aunque sólo en parte. Me explico:

Según este joven galán, las mujeres somos tontas del bote porque, cuando un hombre quiere tema, nos dice lo que sea con tal de que traguemos. Y el asunto es que, según él, nos lo tragamos. Hay mucho de verdad en ambas afirmaciones.

Por un lado, ya sabemos que un hombre nos come la oreja lo que haga falta con tal de saciar sus “necesidades”. Por el otro, las chicas, con ese problema emocional/cultural que nos hace tener el extraño deseo de ser queridas para algo más que para llevarnos al catre, nos creemos mucho de lo que dicen para, también, conseguir lo que queremos: vivir la ilusión de que los abracitos y palabras dulces de las previas puedan ser verdad.

Yo discrepaba en el momento en que mi amiga aseguraba que, cuando un hombre está interesado, está ahí, de cabeza, como sea. Otra de las partenaires de la mesa preguntaba si había alguna forma de diferenciar si lo que querían era pasar de la cama a otra cosa. Ahí ya estábamos más o menos de acuerdo todas en que no hay ninguna. Así pues, las aseveraciones del joven galán, no sirvieron de mucho. Todas hemos visto cómo iban a por nosotras de cabeza y, después de haberles entregado el cuerpo _si has tenido suerte, sólo eso y no el alma…_ desaparecen con más o menos premura.

Según él, si se quedan a dormir, es que les importas. Cochina mentira. Creo que todos los hombres con los que he estado han querido dormir conmigo, han sido más o menos tiernos y, mayormente, quien se ha ido o los ha echado de la cama ha sido mi menda. Esto no implica que les importes un rábano, simplemente, el sexo les da sueño y, como decía un conocido mío: “Jo, lo malo es que después te tienes que quedar abrazado un rato porque, si no, quedas mal”. De hecho, yo también puedo dormir con un tipo que no me importe mucho para poder quedarme frita en cuanto me dé la gana. O sea, que el tópico de que si se queda a dormir y después es tierno, hay posibilidades, es un mito.

En fin, a lo largo de la comida surgió la idea de consultar a mis potenciales lectores masculinos (aunque vosotras, chicas, como siempre, podéis opinar) para ver si alguno se atrevía a hacernos un pequeño manual de comportamientos reveladores.

Pue eso, chicos, lanzamos el guante y el reto de que nos describáis de una forma creíble, qué señales podéis ofrecer _en general, no vale que tú seas el megaespecial, hablamos de la mayoría_ para que podamos pensar que os interesamos como seres humanos, parejas, amigas o lo que sea según corresponde.

Nos quedamos ansiosas a la espera. A ver si nos enteramos de algo de una vez.

domingo, octubre 14, 2007

A dónde van los besos...

Esta noche mi ex no-novio me ha bombardeado con mensajes diciéndome que recordase el pasado. Dice que hay días y noches que vivió conmigo que no olvidará jamás y que desearía repetir.

Se refiere, claro, a repetir las noches, que no los días y las charlas. Una parte de mí se siente halagada _hace dos años que no nos vemos, así que ser su fantasía recurrente no deja de agrandar mi ego_ y la otra asqueada. Que sus noches conmigo sean inolvidables no es extraño. Teníamos una química espectacular, le llevo diez años y la experiencia es un grado. Tampoco yo he encontrado todavía un partenaire con el que haya llegado a tal grado de complicidad y conocimiento de nuestros cuerpos.

Sin embargo, me parece una osadía sin igual que alguien con quien compartí nueve intensos meses de mi vida, lo más parecido que he tenido a una pareja desde que me separé, me busque una y otra vez para recrear noches de pasión que no ha podido repetir. Que me diga que eso no interferirá a nuestros sentimientos, insulta mi inteligencia.

Es hermoso compartir una pasión pero pretender recrear el pasado obviando el sentimiento es una barbaridad. Sólo parece soñar, palabras textuales, con sentirme de nuevo en sus brazos, sentir cómo me estremecía.¿Cómo puede pretender sentir lo mismo que cuando había todo aquel cariño, ternura que dice conservar y que se murió en cuanto nos separamos? ¿Qué habría más que la confirmación de que el sexo sin sentimiento no se puede repetir con quien lo hubo? ¿Qué otra cosa más que vacío y oscuridad? ¿Cómo recrear sentimientos y sensaciones pisoteadas hace tanto tiempo? ¿Ya nadie tiene respeto por la belleza? ¿O es demasiado necio para reconocer ante sí mismo que lo que no ha podido encontrar, lo que echa de menos, es aquella ninfa que le hizo sentir especial por un tiempo?

Honestamente, no lo sé. Sabe a ciencia cierta _porque siempre se lo he dejado claro_ que no reincido con los ex. Es casi una cuestión de honor que quien me haya dejado pasar o me ha abandonado no pueda volver a rozar mi cuerpo. Es terreno vedado para ellos y así es como debe ser.

Puede que me tachen de radical. Sin embargo, cualquier recreación física de lo que, en otro tiempo, fue una verdadera pasión compartida se convierte en algo vacuo, triste, sin significado.

Por ello, aunque mi ego esté colmado por un lado, se siente triste de no poder dejar señales más que en los cuerpos, en la carne y el deseo perecederos y pasajeros.

Cómo quisiera que alguien supiese responderme sobre adónde se van los besos que dejamos de dar, las frases de amor que, un día, dejamos de pronunciar, la dulce ternura de sentirnos solos, únicos y especiales en un mundo vulgar del que, aunque sea a ratos, podemos escapar... En brazos de alguien que se sienta igual.

Y si no es así, no vale la pena.

jueves, octubre 11, 2007

Ninfas paradójicas

Una lectora y, sin embargo, amiga (que no siempre es así) me ha preguntado hoy por el significado del Viento.

“¿Quién es el Viento?”, me interroga apremiante. Tengo que detenerme a pensar. El Viento puede ser esa clase de sentimiento que te recuerda que estás viva, muy viva. Puede ir y venir a su libre albedrío porque no tengo intención de atraparle pero me da miedo, como siempre, que pueda ser yo quien acabe atrapada en medio de un huracán inesperado.

No me asustan los huracanes, me asusta la calma y el desastre que puede dejar a su alrededor una vez finalizada la fuerza, cuando queda sólo olvido. Ni siquiera es miedo. No tengo miedo a sufrir, simplemente no me gusta hacerlo. Podría parecer que digo lo mismo pero no es así.

Conozco el sufrimiento de primera mano. No sólo en materia sentimental _después de todo, el dolor que con más seguridad desaparecerá_ sino a nivel humano, como mujer, como hermana, como hija. La ausencia de sentimientos desgarradores de índole amorosa produce una cómoda sensación de invulnerabilidad. Es falsa porque nunca sabes si van a llegar por su cuenta y riesgo pero, cuando te armas hasta los dientes como una Ninfa guerrera, las posibilidades de que las heridas sean hondas son escasas.

Sin embargo, de vez en cuando, me sorprendo a mí misma reflexionando sobre mi mundo emocional. Haciendo balance, empiezo a pensar que, de modo inconsciente, lo que quiero es quedarme sola.

Siempre reparo en los hombres inadecuados, en el lugar inadecuado, en el momento inadecuado. Sin saber por qué, casualmente (¿O no?), me ilusionan (porque no recuerdo la última y única vez que me enamoré, creo que tenía 22 años…) personas con las que, cerebralmente y desde el principio, sé que no llegaré a ninguna parte. Bien porque son armaduras ambulantes con pánico a una relación, porque son de los que temen a las mujeres independientes o, simplemente, porque logísticamente, no puede ser (él o yo vivimos en lugares diferentes, en mundos diferentes, que no podrán llegar a reunirse).

Así es como he logrado mantenerme libre durante estos tres años y medio que llevo separada. En alguna ocasión he deseado enamorarme del adecuado y, en la mayoría de los casos, sólo me he desilusionado un poco más que antes.

No quiero echarles la culpa sólo a ellos. He conocido chicos estupendos que me han ofrecido las estrellas por estar a mi lado. Pero no veíamos las mismas estrellas o las feromonas no estaban en sintonía. Como digo, creo sinceramente que o bien no se da el momento o me los busco no factibles para no tener nunca que verme en la situación de rechazarles porque no puedo comprometerme.

De ahí la importancia del Viento. El Viento es el presente, es la fuerza, es la pasión. Es el dejarse ir, por una vez. Pero también representa la persistencia del imposible, del final anunciado, del vivir el momento porque el pasado se fue y el futuro no existe.

O, como de costumbre, prefiero pensar que no existe aunque, secretamente, esté deseando que ese Viento me arrope con la misma fuerza que abatió puertas, piedras y ventanas el día que abandoné mis amadas piedras preñadas de alma.

Así es la Ninfa, una eterna paradoja. Hasta para sí misma.

lunes, octubre 08, 2007

La deuda con el viento

Cuando ella abandonó sus piedras sólo le quedó pendiente una deuda con el viento. No era el viento de las piedras, era viento con sabor a mar, a Atlántico, a fuerza, a ternura y a pasión.

Le contaron que el viento lloró su marcha, que dejó su recuerdo flotando y que atravesó los umbrales gritando su nombre. Ella no debía oírle, tenía que cumplir su destino.

Un destino que nada tenía que ver con ese viento que podía atravesarla de parte a parte, aunque hubiera sido hermoso llevárselo con ella y que, silencioso, invisible, le besase el pelo, le acariciara el alma, le devolviera todas las sensaciones de aquel cuerpo suyo nacido para la pasión y empeñado en la soledad.

El viento siguió su camino, porque el aire no se detiene nunca, como ella, como los tiburones. Ninguno de los tres se queda inmóvil más que para morir. Acarició otras almas, besó otros cuerpos, dejó de gritar su nombre y se rindió a la evidencia de que nunca se tendrían.

Un día, el viento cambió, momentáneamente, su rumbo. Paseó por otras piedras pero su aroma le llamó de nuevo. El viento se envolvió en él al tiempo que la envolvía a ella. Y, por un instante, viento y espíritu libre, mar y piedras, fueron uno.

El viento siguió su camino, cerca del mar, de la lluvia, de las piedras. Ella se quedó soñando con futuros imposibles, con sueños irrealizables, con piezas de perfecto encaje que la vida se empeña en separar.

Y, por una vez, deseó dejar de ser ella misma para convertirse en aire, para ser parte de él y poder volar en libertad… Hacia su donde su corazón la lleve.

Ahora es ella quien busca a su ser ingrávido y maldice a las puertas y ventanas por haberse quedado abiertas y dejarle escapar. Por mantenerla encerrada y no poder salir, volátil, en pos de su dulce movimiento, de las caricias en el pelo, para convertirse en “Ella”, la adecuada, la parte de la parte y no el camino lleno de escollos, de obstáculos inútiles, de tiempo perdido. Deseó no estar prendida en las piedras para que el viento pudiese besarla, rozarla, paladearla.

Mira las paredes, abre los balcones, las terrazas, esperando que entre de nuevo, que la posea como sólo el viento puede hacerlo: en su totalidad, sin fisuras, sin espacios, sin razones materiales. Pero el aire no le pertenece, vuela por otras sendas, camina por otros muros, buscándola, tal vez, en otros puertos.

Al viento le pide que regrese, que no se equivoque en su búsqueda, que no escuche los cantos de falsas sirenas…

Y que la rescate.


(Este post está dedicado. Feliz cumpleaños... Viento)

jueves, octubre 04, 2007

A la hoguera

Ayer me echaron a la hoguera. Pasé de Ninfa a Bruja (que no meiga). Fui juzgada, condenada y arrojada al fuego purificador contra el peor de los pecados: la libertad de expresión.

Mi corrosivo sentido del humor no parece ser para todos los gustos, algo respetable siempre y cuando no se me etiquete por decir, pensar o ironizar cómo y sobre lo que me dé la gana.

Yo no caeré en la tentación _que también la tengo, soy humana, pero trato de no hacer lo que no me gusta que me hagan_ de ponerme a juzgar a quien me crucifica sólo por no ser lo que su cabeza ha decidido que sea. O por no pensar a la antigua usanza y tratar de aparentar ser una damisela intocada esperando a un príncipe azul. O por no haber decidido que esa persona debía ser mi príncipe de buenas a primeras porque ya tengo una edad y procuro no tirarme a ninguna piscina de cabeza. Afortunadamente, no lo hice. Qué buena consejera mi legendaria intuición.

Lo que sí haré, ahora y siempre, es defender la presunción de inocencia del resto del mundo y, mucho más, claro está, la mía.
Aunque eso sí, para algunas personas, las cosas sólo se hacen bien si se tiene su mismo criterio. Un criterio victoriano, anticuado y casi dictatorial. Les llaman principios.

En nombre de sus principios te retiran la palabra por utilizar expresiones que se les escapan, por no tener capacidad para ver a través de otros ojos que no sean los suyos o para aceptar que hay más verdades que la individual y que no siempre los que pensamos, actuamos, vivimos y hablamos diferente somos los malos.

Una chica decente, no “superficial”, profunda, educada y digna de ser deseada por este tipo de señores, no puede utilizar las palabras “cacería” ni de broma. O en serio. No puede pensar lo que quiera o ligarse a quien quiera porque está muy feo. Porque eso la convierte en una mujer sin principios, incoherente, falsa.

Además de tener la osadía de no elegir al que elige, la ninfa pecadora vive como tiene a bien, sale cuando tiene a bien, ironiza y escribe de broma, en serio, triste, alegre, inventa, cuenta la verdad, es personaje a ratos y piel de verdad, otros.

Mi blog no es un espacio por el que yo tenga que dar cuentas al mundo. No es una biografía, no es un lugar donde conocerme a través de las letras prescindiendo de mi persona y de mi alma.

Mi blog es parte de la libertad intrínseca a una Ninfa, la clase de libertad que al cien por cien no puede tener ningún ser humano.

Aún así, yo me permito el lujo de seguir siendo agradecida. De quedarme con lo bueno y olvidar lo malo. No porque sea mejor que nadie. Simplemente, porque sé que soy y hago más feliz a los que me rodean. El rencor, la inquina, la distancia sólo hace heridas purulentas. Yo quiero seguir sana.

¡Ay, de los que juzgáis porque con igual dureza seréis juzgados!
¡Ay de los que acusáis, porque también seréis acusados! ¡Ay de los inmisericordes porque no seréis perdonados, de los que no sabéis amar porque nunca seréis amados!

Ay de los que crucifican.. así de solos os quedaréis vosotros con vuestra propia cruz:

La intolerancia.

miércoles, octubre 03, 2007

Cambio de status

¿Y qué pasa cuando una tiene ganas de escribir porque sí, porque le gusta, le apetece y le provoca y no tiene demasiado que se pueda/deba/quiera contar?
Creo que, llegados a este punto, y puesto que esto es un blog, seguiré mi línea catárquica de hablar sobre lo que se me ocurra y cómo se me ocurra.

Llueve en Madrid. Me gustaría saber quién es el memo que dice que aquí no llueve. Eso sí, es como si lloviera a pedacitos, te moja una chispita aquí y otra allá. Como si hubiese goteras en la capota de acero contaminado de esta capital que amas u odias, sin términos medios. En Santiago, que no en toda Galicia, cuando llueve, llueve. Y puede llover un mes, una semana, en modo vendaval, por arriba, por abajo, por donde sea. Baja la temperatura y descubres que ha llegado el invierno sin más dilación.

En Madrid hay entretiempo. La temperatura es suave y yo no tengo ropa de entretiempo ni calzado de entretiempo. Yo tengo época de lluvias y de no lluvias. Monzón o calma. Y ni un duro para adaptarme _respecto a los trapos_ al clima. Los chinos hacen el “octubre” en las puertas de la oficina vendiendo paraguas de tres euros que duran tres horas. Son unos paragüitas muy bonitos estos de aquí, plegables, de juguete. En mi tierra, si salgo a la calle con un chisme así, no cruzo la acera con él vivo. Aquí puedes llevarlo en el bolso. Increíble.

Me he levantado algo más sosegada aunque no estoy en mi mejor momento. Creo que mi momento mejorará grandemente este jueves de cacería _y si no, de frivolidad a raudales, que relaja un montón_ y la inminente visita de un querido amigo al que veo en contadas pero siempre sobresalientes ocasiones.

Sigo esperando con más fe que otra cosa que aparezcan las maravillosas colaboraciones que me permitan hacer unos dineritos extras. No me quiero quejar mucho pero la vuelta al cole y la mudanza han desbaratado mi economía y está difícil la recuperación. De todos modos, mientras haya nómina y Visa, todo se andará.

Tengo claro que una de mis misiones en la vida es aprender a sobrevivir _que no vivir ni supervivir_ con buena cara, aprender a tener paciencia y saber que, como sea, se sale adelante. Es cansado pero todo el mundo te echa flores. Preferiría que no me llamasen valiente, que me llamasen pija y ser como la Preysler (sin Boyer a poder ser). Aparentemente insustancial pero forrada y viviendo como una marquesa _o ex marquesa, como ella_.

Pero no. Yo soy una chica superprofunda, que fascina por su intelecto y su bravura y, por eso mismo, asusta que no veas. Los hombres con los que he tenido relaciones más o menos largas, siempre se han comparado conmigo. Una estupidez, lo sé, pero pasa.

Hay quien dice _conociéndole muy bien_ que mi ex marido quería ser como yo (somos muy diferentes, sobre todo en el trato exterior) y por eso estuvo a mi lado tanto tiempo. He tenido novios que se quejaban de que mi aparente popularidad les hacía sentirse pequeños. Algo que les ocurre a ellos solos porque nadie les ha visto pequeños a mi lado, salvo en algún caso en que eran manifiestamente pequeños por sí mismos.

Yo quiero ser mujer florero. Mujer guapa, de modelitos, de calle Serrano, de bolso Loewe de 600 euros y que me quieran por no suponer una amenaza para la débil autoestima del interfecto. Quiero ser como la mujer de Fefé. El problema es que yo pretendo serlo sin Fefé… O con un Fefé algo más delgado. Es que los hombres con sobrepeso me disgustan mucho, no lo puedo evitar.

Ya no me hace ilusión que me digan que soy inteligentísima, que tengo mucho valor, que soy fuerte, que soy valiosa. Es poco práctico. Prefiero que me digan: “Qué suerte tienes, tía”. Que hablen mal de mí porque soy una mantenida que vive como una reinona y que no me tenga que preocupar de que, al llegar el día 3, ya esté sin un duro.

Puedo aportar CV:

“Estupenda amante, con iniciativa, a decir de muchos atractiva y con buen tipito, poca vergüenza, gracia y saber estar. Como de todo, no engordo, represento diez años menos y resulto amena. No tengo experiencia en modo geisha pero, por una buena pasta, digo causa, estoy dispuesta a aprender.
Aporto dos niños preciosos, rubitos, criados y muy bien educados. Agradecidos y simpáticos. No contemplo procrear más pero permitimos _los tres_ que las ansias de paternidad del interfecto se colmen con los miembros ya existentes en la familia.

Interesados, por favor, dejen sus demandas aquí. Valoraré todas las propuestas”.

A ver si cuela…

martes, octubre 02, 2007

Espadas en alto

El otoño es como la primavera pero peor. No sé por qué, me pone de una mala leche imposible. No sé si es que, tras la temporada de cable de alta tensión contenida, estoy echando basura fuera, que aborrezco la lluvia y las nubes o que me da por hacer balance.

Lo más gracioso es que el balance es positivo, dentro de un orden. Pero no acabo de encontrar mi punto de serenidad. Creo que necesito unas vacaciones, un puentecito alejada de todas las cosas que me preocupan (querida Soni, esto es un mensaje cifrado de auxilio para que me recojas en tus soleadas y hermosas tierras…).

Estoy volviendo a mi caparazón (no es que lo haya abandonado nunca pero he dejado alguna fisura a causa de una ilusión óptica y, sobre todo, acústica). Pero la ansiedad desconozco de dónde viene. Me defiendo como gata panza arriba por cosas que, habitualmente, sólo provocarían mi indiferencia o, como mucho, mi desprecio. Hay un amigo _aún no sé de qué grado es esta amistad pero, de momento, existe_ que dice que me pierden mis prontos. Es curioso, porque hace mucho que eso no me ocurría y, ciertamente, estos días ando con la mosca detrás de la oreja por cualquier cosa. Me siento atacada o minusvalorada sea o no cierto. Yo, que suelo reírme hasta de mi sombra, me enfado por chorradas y me dejo llevar por impulsos controlados hace decenas de años. De hecho, a mí que me minusvaloren siempre me ha importado un bledo porque es señal de desconocimiento e ignorancia del otro, por tanto, otro capítulo borrado en mi listín y mi memoria.

Será que vamos camino de la oscuridad, del frío. O que hace mucho que no salgo de cañas en plan “mataora” (algo a punto de ser solucionado este jueves en que ya he firmado la convocatoria). Me viene bien para el ego y para el cuerpo tontear hasta con las piedras de vez en cuando y, si me apetece, llevarme un gato al agua. Si no ese día, pues para la chorboagenda.

Cada día creo menos en los sentimientos y en la pareja. O mejor dicho, en los Hombres, con mayúsculas. No conozco ninguno. Ni uno solo. Y ya es raro porque tengo una edad y larga experiencia. Pero no. Todos me parecen decepcionantes en un sentido u otro. Unos por echados para adelante más de la cuenta, otros por echados para atrás, otros por ausencia de cerebro, más por pedantes, casi todos por minusválidos emocionales.

Reflexionando, creo que estoy enfadada conmigo misma. Y tengo que perdonarme pero eso es difícil para una persona tan autoexigente como yo. No soporto descubrir que aún me pueden vender motos _cuando, por lo general, las compro pero no me las vende nadie_ y entrar por aros que, desde siempre, me han echado para atrás. Que me trago cuentos que no me tragaba ni a los quince. He de decir, en mi defensa, que algunas veces _pocas pero ocurre_ el tener las defensas bajas hace que me desnude con más facilidad (me refiero al corazón, enfermos…). Y acabas dando y mostrando cuando y a quien no debes. Al menos, sin saber si esa persona merece tal grado de confianza.

Hace muchos años que sé quienes son mis amigos. Los que me conocen, los que me entienden, los que permanecen. Y, ocurre que, cuando haces jornadas de puertas abiertas, corres el riesgo de que entre cualquiera. Entre, rebusque, hurgue en tus cosas y luego se largue. Y a mí eso no debería pasarme porque tengo demasiadas horas de vuelo para permitirlo y para que me afecte.

Así que hoy me castigo un poco por conservar cierto grado de ¿Inocencia? No, de idiotez. Me prometo ser buena, no hacerme mala sangre _con lo contenta que estoy por lo general y lo fea que estoy cuando me pongo borde_ y, como dice una querida e inteligentísima amiga: “Cierra el corazón y abre las piernas”.

Amén

lunes, octubre 01, 2007

Lunes para divagar

Me ha tocado mañana de juzgados.

Dejando a un lado la desazón que me produce perder toda la mañana de trabajo cruzando la ciudad (una horita de ida y otra de vuelta…) para ir a declarar, he visto en el entorno judicial material para quince blogs.

Me he dedicado a observar a las abogadas _se reconocen por las togas y el traje de chaqueta azul marino_. Mayoría ya, sin duda. Jóvenes, con coleta, maquilladitas y subidas a tacones imposibles en contraste con tan sobrio atuendo. Había muchas altísimas _pero requetealtas_ y los clientes tampoco dejaban lugar a dudas.

A mi lado se sentó una mujer de edad imprecisa. Imprecisa por la ropa, juvenil y que le sentaba bien, la verdad, por la cara (color marrón terracota, mezcla de solarium y chapapote, labios retocados con colágeno de ése que queda tan mal y, supongo, algún retoque más), el pelo rubio, rizado y todo eso, propio de la edad madura. Con eso de ponerse todas rubias para parecer más jóvenes, parecen mayores porque ya una se da cuenta de que, a partir de la cuarentena, parece obligatorio decolorarse la pelambrera

Se acompañaba de un hombre también de edad imprecisa. Gordo, pequeñito, de aspecto sencillo y mayor. Me pasé un buen rato intentando sopesar si era su hija (no, demasiado talludita), su mujer (entonces se había gastado una pasta en arreglarse hasta el culo, que lo tenía de lo más mono y con pantalones megafashion) o qué sé yo. Finalmente, por la conversación, deduje que debían estar casados. No pegaban ni con cola. Ella superpija y él su contraste rejuvenecedor. Se giró el hombre, cuando la dama se contoneaba por los pasillos de los juzgados de Plaza de Castilla, y me preguntó si había un lugar para “hacer los menesteres”. Creo que mi cara de “¿Ein?” habló por mí y apostilló: “De orinar y esas cosas”.

Yo había escuchado lo de ir al “excusado” (que me parece graciosísimo y de otra época), al baño, al aseo y al water. Pero lo de los menesteres me lo guardo para mi acervo-argot personal que me parece buenísimo. El hombrecillo debía tener sus buenos dineros para conservar a su lado a tan restaurada señora. Lástima que no invirtiese algo más en restaurarse él, le saldría más a cuenta. Soy malpensada, lo sé, pero piensa mal y acertarás…


En fin, declaré por videconferencia y me vi espantosa de la muerte. Siempre he dicho que las mujeres, llegada cierta edad, no deben salir a la calle sin pintar, lo mismo que también he afirmado que hay que evitar embadurnarse a todas horas antes de tiempo porque eso pasa factura. Pues yo me vi horrorosa. No tengo arrugas pero no me gusta mi gesto cuando estoy seria. Creo que tengo la boca torcida y que se me marcan las sombras faciales. Ya, me diréis que soy una histérica pero no. Que creo que ha llegado la hora de embadurnarse para ir a comprar el pan.

Lo curioso es que me cuesta. Desde que estoy en Madrid, no me doy ni un toque de colorete ni mi indispensable siempre barra de labios diaria. Desconozco el motivo. Al principio sí, me ponía hecha un pincel. Remona. Pero se me ha pasado. Yo creo que el hecho de que en la oficina todos estén casados o ya sean amigotes influye pero no debería ser así.

Siempre me he arreglado para mí misma. Soy una crítica feroz con todo y a quien menos perdono es a mí. Y sin embargo, creo que me falta el estímulo diario para desear gustar. No hay nadie a la vista a quien impresionar ni nadie que me impresione. Bien al contrario, sigo en la tesitura de pensar que los tipos cada vez me parecen más un error genético o la confirmación de que las mujeres hemos domesticado el animal equivocado.

He vuelto a chatear por puritito aburrimiento. Y nuevamente me he encontrado imbéciles integrales, tíos que serán majos hasta que se te ocurra tener “tema” con ellos o hasta que vean que no hay ninguna posibilidad, alguno que me preguntó si me había cepillado 50 o más tíos del portal en cuestión y demás. La coña es que cuando le dije que no se lo decía ni borracha y que tampoco pensaba acostarme con él en la vida, me mandó a la mierda. ¡Qué bonito es el amor!

Así, entre faltones y cobardes emocionales veo pasar la vida, los días y las noches. Unas noches cada vez más vacías incluso acompañada y unos días cada vez más individualistas por mi bienestar cerebral.

Yo no sé si es cierto que el Señor dijo eso de que “no es bueno que el hombre esté solo” pero, a ratos, cada vez más largos, creo que lo mejor para la mujer es estarlo.

Como diría Coti “Por el bien de los dos…”