viernes, diciembre 21, 2007

El blog paralelo

Definitivamente, la experiencia es un grado. Se impone ahora crear un blog paralelo, muy a mi pesar, dado que _como señalé en un post anterior_ esta ventana ya está abierta a demasiada gente que me conoce y cuyas implicaciones les pueden incitar a sacar conclusiones erróneas.

Podría decir que no me importa lo que piense la mayoría de la gente, como así es, pero tampoco voy a negar que cuando mis reflexiones se convierten en arma arrojadiza y me hacen vulnerable, ya no soy tan impermeable.

Es complicado ser tu propia musa y que la gente te busque en tus textos sin equivocarse. Es estupendo cuando eres anónimo o el que te lee sabe separar tu vertiente literaria _con mis recursos, mis metáforas, mi omnipresente ironía, mi dosis de fatalismo_ de tu faceta personal.

Uno no es todo lo que se ve ni todo lo que escribe. He señalado en numerosas ocasiones que me valgo de la Ninfa para soltar lastre y pasar fronteras que en mi vida cotidiana ni siquiera se plantean. Es un recurso tan bueno y desintoxicante como para otros hacer ejercicio o acudir a la risoterapia. Para mí, dejar que las teclas decidan cuál ha de ser el tema y qué miserias quiero sacar fuera es una catarsis muy constructiva. Sé que para muchos es un recurso frío y una cobardía. Pero yo sé que no es así. A mí me hace feliz escribir y ninguna persona puede trasladarme la sensación liberadora que me produce transmitir mis pensamientos a la pantalla..

A pesar de lo que puedan pensar algunos _y aunque estas líneas tengan que ver con un problema generado por algunos posts de este blog, lo que escribo no está dirigido a una sola persona_ hay un punto de personaje en mis textos. Yo soy ese personaje porque me identifico con mucho de lo que cuento aunque no lo practique, aunque no sea mi vivencia personal en ese momento. Y porque creo en lo que escribo, independientemente de que sea real o ficticio.

Como he explicado ya, esto no es una biografía, no es el diario donde venir a leer lo que no me atrevo a decir en alto. Es mi espacio de libertad que ya no lo es tanto. Lamento ser una persona de carne y hueso, nunca he escondido mi imperfección. Pero me niego a que mis reflexiones personales, privadas, íntimas y no necesariamente acertadas, se vuelvan en mi contra. Yo no escribo para eso.

Escribo para ofrecer un poquito de mí en cada sílaba, para transmitir sensaciones en muchos casos universales que tengo la suerte de ser capaz de trasladar a las letras y, por ello, tomo el testigo de muchos que se idenfifican conmigo y carecen de este recurso.
Escribo porque es una necesidad que me llena, no por cobardía. Tengo muchos defectos pero si algo sé es que no soy una persona cobarde. No es un mérito mío serlo ni saberlo. La vida me ha puesto a prueba y sé de qué pie cojeo perfectamente. Pero no hay que buscarle tres pies al gato o a la Ninfa.

En fin, que apostaré por un blog paralelo en el que pueda ser un personaje anónimo y escribir anónimamente. Crearé un personaje que será libre de veras, que se inventará todas las transgresiones que quiera y que nadie pueda confundir con mi persona, porque es algo cansado estar permanentemente en banquillo de los acusados. Esto último ha pasado ya demasiadas veces para mi gusto y no quiero que nadie se sienta mal por lo que yo escribo. Salvo excepciones en que dedico el post a alguien, no mando mensajes con doble intención. Quien me conoce sabe que soy demasiado directa para caer en esto.

Yo escribo para mí y para quien quiera disfrutar de lo que escribo o incluso criticarlo. Pero no quiero que lo personalicéis más. No quiero que mi espacio de solaz se convierta en mi problema.

Este blog no desaparece, seguiré por aquí, claro pero creo que hay cosas que ya no procede contar o desgranar aquí. La red es inmensa, seguro que hay un nuevo lugar para mí y mi personaje imaginario. Quién sabe, a lo mejor, sin daros cuenta, me estáis leyendo en otra piel.

Quién sabe

martes, diciembre 18, 2007

Un insoportable accidente

Estoy en esos días del año en que no me soporto. No “esos días” del mes _ no suele afectarme demasiado el movimiento hormonal de mi útero_ son “esos días” del año (lo cual no es óbice para que sean unos cuantos).

Yo soy una tía difícil hasta para mí misma. En ocasiones no me soporto y, quizás, ésa sea una de las razones por las que, después de todo, estoy bien sin comprometerme.

Cuando llevas unos años solo y has olvidado la creencia mecánica de esperar que la vida se adapte al hecho futurible de compartirla, te haces más raro. No es que yo no lo fuese ya, es que se me había olvidado lo insoportable que puedo ser si tengo que comportarme correctamente con alguien cuando echo chispas porque sí y todo, hasta el oxígeno, me molesta y me estorba.

Cuando estoy insorportable nada me relaja más que estar sola _lo cual ahora es más difícil como madre y currante a tiempo completo que soy_. Me relaja porque si me apetece atiborrarme con alguna porquería, no tengo ni que explicarlo. Porque me da por despotricar y rebatirlo absolutamente todo, así que, si no hay nadie que diga nada, ni me mortifico y ni mortifico.

La arpía que vive en mí se suelta de vez en cuando. Soy una tía muy simpática y locuaz cuando estoy de buen humor y muy incisiva y mordaz cuando estoy de mala leche. Por este motivo me gusta la soledad más de lo que estoy dispuesta a admitir. Como decía mi padre “no hay como estar solo, llevándose bien”, lo cual no es una tontería porque puedo llevarme francamente mal conmigo misma cuando estoy enfilada.

Me dicen que me relaje como si eso fuese un ejercicio voluntario y factible cuando tu vida y tu cabeza son un sindiós permanente. Y aunque no lo sea. Cuando estás quemado no te relajas y punto. ¿Por qué? Y yo qué sé. Si lo supiese sería feliz ininterrumpidamente y me convertiría en una geisha católica dulce y encantadora siempre y en todo lugar.

En cambio, soy una ninfa pecadora que se transforma en Bruja Avería cuando no tiene ganas de nada más que de rajar, descansar y estar sola.

No sé por qué motivo se tiende a pensar que lo del lobo estepario es cosa de hombres. Yo soy una loba esteparia. Me he habituado a sacarme las castañas del fuego sola o en compañía de mis amigos y no me imagino mi futuro como lo que en mi pasado pudo llegar a parecerme sosegado.

No me veo llegando a casita, con mi churri esperándome, haciendo la cena y manteniendo esa rutina que tan atractiva y serena me parecía años atrás. Cuando veo a una pareja tradicional con sus niños (o los de la otra pareja, vete tú a saber) no puedo evitar verles como la viva imagen de la rutina, el aburrimiento, la desidia.

No me imagino a mí misma manteniendo una relación ortodoxa donde haya que mantener la llama del deseo viva sin ganas _que es así, la costumbre hace que el sexo haya que practicarlo para no perder, y valga la redundancia, la práctica_. No recuerdo cómo era eso de pensar en estar toda la vida con el mismo hombre sin morir de aburrimiento o tener que acostarme con alguien para que “esté contento”. No siempre me apetece ser complaciente y no me gusta que esperen que lo sea.
No siento deseos de mostrar mi intimidad en público ni de ser de nadie, ni en público ni en privado. No puedo aunque quiera. Me aterra la idea de la oficialidad, la cotidianeidad y la costumbre. Me aterra convertirme en propiedad de nadie. Sería engañar al presunto propietario. Me siento libre e individual siempre y en todo lugar y cualquier pequeña atadura me hace revolverme como una gata salvaje. Ni siquiera soy dueña de mí todo el tiempo y tampoco quiero que esto cambie.

Por este motivo, no soy ave factible de atrapar, ni pareja a desear.

Como de costumbre, insisto, yo sólo soy un accidente.

Y, además, insoportable.

viernes, diciembre 14, 2007

El amor acaba

Un lector me ha pasado un texto muy interesante. Habla del mito del Rey del Bosque de Nemi. Cito textualmente:

“El mito dice que en el bosque de Nemi vive un rey, un rey cuyo orden sucesorio viene determinado no por descendencia ni elección de condes palatinos sino por el asesinato. Este rey vive en perpetua vigilia, en permanente riesgo: sabe, efectivamente, que cualquier día aparecerá alguien mas fuerte, o mas joven (o ambas condiciones juntas) que le matará y reclamará para sí el trono de rey del bosque".

"Éste era el propósito de mentarte esta leyenda. Se me ocurrió pensar que el amor no es muy diferente al mito porque en el amor uno vive en permantente riesgo, en perpetuo temor, eterna incertidumbre de que en cualquier momento aparezca el pretendiente al trono y nos despoje de ese trono que es nuestro amor, nuestra mujer (u hombre, no?). Jamás estamos seguros en nuestro trono. No hay juramento, ni documentos de propiedad de la oficina de catastro de Roma, ni fuerza física, ni culpas, ni venganzas que nos resten un ápice esa inseguridad eterna. Siempre pendientes que llegue el pretendiente, disfrazado de joven apuesto o quizás de olvido o quizás de encono. Porque que otra cosa que la muerte es esa sustitución brutal de un amor por otro?.”

En realidad, el texto de este lector es para transcribirlo tal cual pero esas cosas no se hacen sin permiso del autor. Yo suscribo sus palabras al cien por cien y vivo el amor (o más bien la recreación de su posible existencia) del mismo tortuoso modo. Como dice Vexiliario, no se puede pretender que el enamoramiento sea “un estado vitalicio y buscar la burguesa satisfacción de tener a alguien al lado para toda la vida, como quien tiene una casa o un perro”.

Esta última frase me parece particularmente brillante. La gente me mira extrañada cuando digo que no quiero una casa en propiedad que amarre mis pies a un suelo rodeado de paredes ni un amor/desamor que me asegure no ver la televisión en soledad. Yo comparto con este lector que vale la pena intentar vivir el amor aunque dure una hora o dos años porque, desde mi punto de vista, la vida se hace de momentos, de picos de felicidad, de belleza que hay que cazar al vuelo. Luego está la vida normal, la rutinaria. La seguridad.

Seguridad. Es una palabra que se antoja extraña y lejana a mis oídos. No he vuelto a sentirme segura ni una sola vez desde que perdí mi seguro trabajo, mi segura casa, mi segura familia. No hago planes ni siquiera a medio plazo porque no tengo la sensación de perdurar en nada. Y sólo me angustia por mis hijos porque ellos sí necesitan seguridad, rutina, estabilidad.

Pero yo no. Yo espero pasiones que me arrastren y me ordenen qué senda seguir sin permitirme abrir la boca para replicar, alzar la mano para defenderme. Quiero que aten pies para que no pueda huir. Y quiero que esa pasión sea recíproca. La quiero yo que mido mis pasos contra mi voluntad porque no conozco más protección que la autodefensa a ultranza.

También sé que espero cosas que suenan a locura de veinte años desde la perspectiva de quien no tiene ya nada de loca ni se deja llevar. Pero eso no quita que igualmente esté deseando ser raptada y sometida a la pasión como una cautivadora sabina.
Ése es el problema de ser una paradoja permanente, que resultas incoherente a los ojos de los “adaptados” mientras te mantienes camaleónica para sobrevivir en este mundo de seres comunes y corrientes.

Hay quien dice que es verdad que el amor tiene final pero no se puede cambiar de amor como de bragas. No puede hacerse, en eso estoy de acuerdo, porque el amor surge raras veces a lo largo de toda una vida, pero no tengo dudas de que si yo _la de hoy, no la de ayer_ estuviese presa de la “estabilidad” y viese brillar el amor, cambiaría sin dudar porque los milagros se dan una o dos veces en la vida, si se dan.

No sé si esto es cambiar de amor como de bragas. Si así es, creo que me cambio de bragas, en el sentido literal, con demasiada frecuencia porque el AMOR no aparece cada mañana, como la lencería limpia.

Y es por esto que se acaba.

(Por cierto, a ver si me votáis de vez en cuando en el post del concurso de Atrápalo, jajaja! Graciaaas!: http://ninfasecreta.blogspot.com/2007/11/saltos-mortales-en-360-palabras.html)

miércoles, diciembre 12, 2007

Gritar en el silencio

Hace ya un año, uno de esos hombres que “pasan” por mi vida con algún lugar algo más que puramente amistoso pero sin consecuencias me comentó que creía que me “desnudaba demasiado” en mi blog. Él lo descubrió por su cuenta _el blog, no si me desnudaba o no_ y hay que reconocer que el muchacho fue muy avispado.

Más tarde me preguntaron si el hecho de que hubiese personas que me conocían leyéndome no coartaba mi libertad a la hora de escribir. En aquella etapa aseguré que no. No, por cuanto mis vivencias íntimas no las cuento de forma directa y me guardo muchas cosas de mi vida personal.

Jamás menciono directamente a personas o hechos de mi vida sentimental. A lo sumo, hago algún guiño a quien me ocupa en ese momento _por amistad, por atracción, por cariño, por lo que sea_ del que sólo es consciente el o la citad@.

Sin embargo, ahora sí que empiezo a notar que ya no puedo soltarme la melena a nivel emocional, cuando me apetece desnudar el alma o lo que sea porque me encuentro subida a un escenario con demasiados antiguos compañeros de reparto en las butacas.

No puedo disfrutar del efecto catárquico que cierto grado de metáforas podían ofrecerme porque temo herir a alguna persona que me lea o ahuyentarla o ponerla sobre aviso. Porque soy un ser dual, libre y ajeno a muchas de las leyes de los hombres pero vivo en una sociedad que nunca podría entender demasiados sentimientos o actos que, de tan honestos que son, algunos tildarían de irreverentes.

Si me salto las normas, hay demasiadas personas que me conocen y leen que estarían dispuestas a juzgarme o se sentirían ofendidas. Los juicios no me importan pero las conclusiones erróneas sí.

Ahora mismo me gustaría gritar que no creo en el bien o el mal de los cristianos, no creo en la insidiosa moral judeo-cristiana, no creo en el amor para siempre, no creo en las cadenas propias ni ajenas. No creo en ningún dique, en ningún lago artificial de estabilidad, de cosas bien hechas, del buen sentido. No creo en nada que sirva para retener, para frenar, para cerrar.

Me gustaría gritar que hay seres que viven presos de lo que en otros tiempos fueron lazos de seda y su actual tacto férreo ya no les permite rozar el terciopelo de otros brazos libres, generosos, que no sujetan, que no piden, que no amarran. Sólo acarician, sólo sienten y transmiten. Me gustaría gritar que tengo sentimientos que el mundo tilda de pecados mientras a mí me abrasa su belleza. Quisiera decir a voces que puedo sentir muchas cosas diferentes por personas diferentes y no tengo el menor deseo de elegir. Que no entiendo por qué he de hacerlo. Y que no voy a hacerlo.

Me gustaría poner en mi ventana un espejo que nadie pudiese evitar mirar, ni aún empeñado en encerrarse dentro de lo políticamente correcto, y reflejarles desnudos de todo vestigio de obligación, de cariños viejos, de pasiones controladas, de permisos, de remordimientos. Desearía mostrarles el camino y aletear alrededor de sus ojos con mis pequeñas alas de diosa menor, nacida para vivir naturalmente en medio de los ríos, de la vida, del aire, de la luz, del amor.

Desearía que alguien me comprendiese, me sonriese y asintiese. Que se sintiera libre como yo lo soy, a pesar de que hasta mi blog está comenzando a ser moderado por una prudencia que me parece ridícula.

Lo malo es que toda esta reflexión no hace más que descubrirme mi debilidad, mi temor a que me confundan o me descarten por ser tal cual, sin adornos, sin vergüenza, sin compromisos, sin condiciones.

Así, yo me convierto en uno de esos a quienes rechazo porque permito que los espectadores escriban el guión, aunque sólo sea el de esta insignificante bitácora.

Tal vez me esté volviendo cobarde. O prudente.

Desconozco la diferencia

martes, diciembre 11, 2007

¡Que llega la Navidad...!

Ahí vienen las Navidades, ya no puedo seguir negándome a admitirlo. Ahí vienen con sus desatinos habituales y descontrol de planes de siempre.

Tras darle muchas vueltas, compré el vuelo de vuelta el día 1 con la intención de estar una semanita por mis húmedas tierras natales. Iba a pasarla en casa de una amiga pero todo parece indicar que se pasará, la pobre, todas las fiestas en el hospital con su pequeño. Nada grave pero duro para una madre en cualquier caso, más aún si es primeriza y el niño un bebé.

En el colmo del egoísmo me he puesto a barajar posibilidades. Perderé días de vacaciones del año que viene y voy sin coche, lo cual me resta movilidad y posibilidades de hacer cositas y ver a unos y otros. Estoy pensando seriamente en volver en tren los días del medio (que es un gasto de la leche pero, para no hacer nada en Santiago, al menos conservo vacaciones…). Será un sindiós, como es mi habitual y me fastidia lo suyo pero a ver qué cosa se os ocurre que haga. (esto es una petición de sugerencias en toda regla).

Lástima no tener pasta para un viajecito, sola o acompañada, al otro lado del mundo o al otro lado del pueblo. Me vendrían de lujo unas jornadas somnogrómicas (de sueño, la comida no es tan importante para el cutis), unos tintitos de lujete y tal. Ir sin coche es un acierto para mis costillas y las de los pequeños roedores pero me resta independencia a tutiplén porque mi amiga, para más inri, vive a diez kilómetros de Santiago, en el poblacho que me vio crecer como maruja y esposa.

Así que ya me veo de paseo con la actual pareja de mi nunca bien ponderado ex maridín, a punto de reventar (ella, que sale de cuentas el día 28), su nena y mis dos angelitos. Bueno, no hay problema porque la muchacha está tan bien cuidadada y apalancada que no sale de casa más que para ir al ginecólogo (supongo).

Nunca la he visto más por la calle, mis niños dicen que no sale porque “es alérgica”. ¿A qué será alérgica? ¿Al trabajo, como papaíto?¿Al ejercicio? ¿A hacer la compra y pasear el carrito? (Pasada la euforia inicial de mamá presumiendo de rorro, siempre le veo a él cochecito en ristre, haciendo la compra, paseando a los niños y ejerciendo de chacho…). Porque si el problema de alergia es tan real que no puede salir de casa, mejor estaban aquí en Madrid, digo yo.

Bueno, a lo mío. Que no sé qué coño hacer. Mi otra amiga a la que le puedo pedir por el moco que me acoja vive también en el puñetero campo (está muy de moda en Galicia pero, con ese clima, a mí que me den tejas).

Mientras, se avecina la cena de empresa. No podré ponerme atractiva como debería para la ocasión porque salimos directamente de la oficina y han tenido la genial idea de ponerla un miércoles, así que el día después será glorioso para las cuatro que nos animemos a ir de fiesta porque el resto, según mis referencias, se va corriendo en los postres a su casita.

Así que nada de modelito ni antes ni después. Me veo pintándome como una puerta por la tarde, llevando top guarri en el bolso para salir luego de copas y comportándome lo mejor que pueda _eso he dicho, lo que pueda_ hasta que los jefes se diluyan y nos podamos despendolar a gusto.
Aquí es cuando algún Torquemada aprovecha para llamarme pendón y demás (qué más quisiera yo… ¡Si está la cosa fatal!) y yo aprovecho para provocar un poquitín más.

Tengo mi faceta de femme fatalle totalmente abandonada. Poca vida nocturna y poco putear al género masculino, que sería lo suyo. Reconozco que me he cansado de los tipejos que se esfuman con la luz del sol, que mi complejo de mantis religiosa incluye matarlos pero no que me maten y que me apetece que me quieran, me acaricien y me malcríen un poquillo.

¿Algún voluntario…?

lunes, diciembre 10, 2007

Sol y persianas venecianas

Lo más parecido a unas vacaciones que me he podido permitir este año ha sido mi puentecito en Málaga.

Nos hemos escapado dos amigas y yo con un destino: el sol.

Cada vez que voy a Málaga me pregunto por qué hay elegidos que nacen en el sur y desgraciados que nacemos en el norte. Yo soy un ser de sol. Una ninfa que es feliz bajo la caricia del astro rey, cubierta de luz aunque la oscuridad me fascine para la diversión, la introspección y el sexo (ya sabéis lo que opino, hacer el amor son palabras mayores y ocurre con tan pocas personas…).

Y es que poder comer en una terraza viendo el mar a 23 grados de temperatura en diciembre me parece un regalo de dioses. Las noches sin apenas frío y la luz, la luz que se desborda y lo inunda todo. Hay que decir que, en este caso, lo inundaba tanto que no había ser humano que pudiese dormir después de las ocho en que amanecía en todo su esplendor y el precioso estudio que nos habían prestado parecía un plató de televisión.

Lo probamos todo. Mantas alrededor de la cabeza, la almohada, maldiciones en arameo y alguna en gallego también. Al final, aceptación y elevación del tálamo compartido, en este caso con M. (que es una mujer y, aunque muy atractiva, incomprensiblemente no estamos todavía lo bastante desilusionadas del género masculino como para hacer otra cosa que intentar dormir), agotadas, con profundas ojeras a desayunar en la megaterraza al sol que tiene el chico en casa. .

Decía nuestro anfitrión que levantarse con energía con el solecito es una maravilla. Está felizmente casado, claro, y no trasnocha. Pero aquí las churris somos jóvenes (o lo parecemos) y bellas y necesitamos relacionarnos. De noche. Con alcohol, música, maromos y esas cosas.

De resultas: noches alegres y mañanas tristes. Media de sueño: cuatro horas. Pero ha valido la pena. Sobre todo teniendo en cuenta que el bendito del propietario del estudio (al que prometemos regalarle unas preciosas persianas venecianas si nos vuelve a invitar, cosa que dudamos) se ha comido una buena bronca con su esposa, que estaba de puente y se mantenía ignorante de que los colegas de empresa que venía a visitarte eran tres nenas.

Por el bien de todos hemos insistido en que se lo contase porque mi melena negra y rizada es muy escandalosa. Se me cae el pelo por todas partes así que imaginaos que no le dice nada y se encuentra tantas pistas del paso de una fémina melenuda por allí. Finalmente la ha puesto al día de que éramos tres chicas y se ha liado pero ha sido mejor así, habida cuenta de que una de ellas se ha dejado la toalla rosita de flores, la muy capulla.

Y es que es lo que yo le decía: “Quillo, por Dios, dile que somos tres mujeres, que tu madre puede jurar que has dormido los cuatro días en su casa y que te divorcies por nada, es tontería. Para eso, ten un lío con alguna de nosotras, hombre de Dios, que pasar por ser infiel sin serlo es de gilipollas”.

Así que confesó y parece que la muchacha tiene su carácter. La verdad es que yo no sé cómo me lo habría tomado. Igual enterarme a posteriori sería lo que más me cabrease pero no sabría decirlo. Igual al ver a las titis y constatar que estaban de buen ver, me hubiese mosqueado un poquillo. O un mucho. No sé. Es que no soy celosa, se me escapan esas sensaciones…

El retorno ha sido largo y cansado. Encima, mis compañeras de viaje no se fiaban un pelo de mí (que soy la que conduce) porque estaba sin dormir, habíamos hecho una interesante ingesta de alcohol la víspera _que conste que yo no me emborraché_ y el agotamiento pesaba lo suyo. Tres Burns y tema solucionado. ¡Viva la industria energética!

Nos dio tiempo de ligar hasta desde el coche. El atasco de despeñaperros duró como hora y cuarto (20 malditos kilómetros…). En medio de una niebla de justicia y a cinco por hora, optamos por bailar al ritmo de Shakira, buscar atractivos conductores en los coches aledaños y recibí una sonora ovación de tres chicos que viajaban en el coche de al lado cuando decidí quitarme el jersey _porque tenía calor_ al ritmo sensual de la música. Nos invitaron a tomar café en una gasolinera pero íbamos mal de tiempo. De todos modos, estuvo bien. Un rato de retorno a la adolescencia puede resultar muy relajante.

Y ya estamos de vuelta a la cruda realidad. Dejamos a nuestro anfitrión al sol (dice que el tiempo ha empeorado desde que nos fuimos. ¿Habrá alguna relación?), con mucha penita que para eso es un querido amigo y la vida continúa. No sigue igual pero continúa.

Y ya estoy pensando en dónde y cómo escaparme de nuevo.

¿Alguna sugerencia?

martes, diciembre 04, 2007

Nunca es triste la verdad...

A pesar de conocer ya esta canción, nunca la había escuchado con detenimiento hasta que me la pasó al mp3 la sin par malagueña que pronto visitaré. Estoy hablando de Sinceramente Tuyo.

No vamos a tratar aquí el indiscutible talento y sensibilidad de Serrat como compositor porque sería hasta ridículo. Pero esta canción es de las que lo dicen todo y todos deberíamos aplicarnos el cuento de vez en cuando. Un chico muy diferente a lo que he conocido antes _pero no tanto como para que yo no pueda reconocerle_ muestra su corazón roto en su blog, escribiendo mucho mejor sin disfraces, como todos. Cuando le conocí, le dije que escuchase este tema y lo transmitiese a quien correspondiese. Creo que es a él mismo a quien más dentro llegará.

Porque es verdad que acabamos disfrazándonos todos. Por un motivo o por el otro pero todos. Especialmente a la hora de amar o ser amados, que no es lo mismo aunque lo parezca.

A mi me fascina cada letra de esta maravilla con música porque soy una persona compleja para tomarme, para amarme, para entregarme. Creo que todo el mundo lo es pero yo soy consciente de que no es fácil llegar a mí. No lo es ni para mí misma.

Por eso, cuando la escucho, me redescubro en mi permanente imperfección, en esa faceta de mi persona alejada de la encantadora de serpientes que, en algunos aspectos, soy.
Cuando soy o estoy antipática, cuando no me quiero o no quiero a nadie, cuando la vida me viene grande o me estrangula, cuando tropiezo con mis muros _cada vez menos invisibles_ que me impiden entregarme a pesar de estar deseándolo. Al menos en teoría.

Y es que es difícil encontrar quien te tome entera, tal y como eres, sin equivocaciones. Porque el enamoramiento pasa y, con él, la estupidez transitoria. La pasion es efímera también y las costumbres toman su lugar. Y ahí es cuando uno sólo es lo que es y anda siempre con lo puesto.
Y llevas puestas tus preocupaciones, tus cambios de humor, tus manías de años viviendo sin un hombre ensuciando el baño ni tirando calcetines a los pies de tu impoluta cama.

Te encuentras de lujo siendo la reina del mando (con permiso de los pequeños roedores), sin hablar porque no tienes ganas y con cara de asco porque a nadie le preocupa la cara que tengas en ese rato. Tu cama es tuya y sólo tuya y no la dejas hecha un lío como cuando entra el elemento roncador. No, cuando yo me levanto, sólo deshago mi esquinita izquierda, como un sobre. No suena el despertador de otro hasta que le bufas para que se levante de una puñetera vez, ni te da calor, ni suda tus sábanas.

Como Shakira, he de confesar que no sé preparar café, tampoco me baño algunos domingos si puedo evitar quitarme el pijama. Creo que también fui alguna vez infiel y conmigo nada es fácil. Así mismo dediqué "Inevitable" en el pasado a un amigo especial.

Pero tengo perfectamente claro que no se puede ir por ahí permanentemente camuflado. “Ni para estar junto a ti _como dice el autor_ ni para ir a ningún lado”.

Y aunque lo que digo suene pesimista no es así.

Porque nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

(Dedicada, como se decía en otros tiempos, "A quien pueda interesar"):





Otro día os regalo Inevitable de Shakira...

lunes, diciembre 03, 2007

Factoría de gusanos

Ya os lo decía yo. Sí, sí, hace unos cuantos post. Es el espíritu navideño que hace que reaparezcan propios y extraños. Algunos encanta saber de ellos por cariño genuino, otros por resarcirse el ego y, muchos, directamente, ni te encanta saber de ellos ni te importan un bledo.

Hace unos días recibí una llamada inesperada. Inesperada principalmente porque el interfecto puede pasarse perfectamente un año sin dar señales de vida y, de pronto, suena el teléfono y te saluda como si te hubiese visto ayer. Esto se puede hacer con los amigos del alma, no con los accidentes físico-emocionales que es lo que venía a ser el susodicho para mí y, especialmente, yo para él.

No viene mucho a cuento contar en qué había consistido la historia en el pasado, especialmente porque, como sabéis, nunca cuento este tipo de cosas aquí. La cosa es que nos habíamos gustado mucho, él se tuvo que ir a vivir muy lejos y no se planteó tener una relación a distancia. Fin del cuento.

Yo conservé ese aire romántico que se le da a las cosas que no pueden ser por motivos externos a los deseos de ambos. Así que le veía como aquella historia tan bella que pudo ser y no fue.

Al cabo de año y medio reapareció y allí me fui corriendo tratando de creer en los milagros. De hecho fastidié una cita mucho más prometedora. Después me olvidó otros seis meses (yo también a él, me hizo un gran favor mostrándose como era en esta segunda edición del culebrón: ya no era aquel guapísimo “amore” abortado. Era un gilipollas como todos).

Pues hace unos días volvió a sonar mi teléfono. Le reconocí por el tono de “holaaa”, como si tal cosa. Me olvidé de poner en práctica la vertiente calientapollas que algunos tanto merecen y que tan bien se me da. Así que mostré un natural tono frío acorde con las sensaciones que me salieron del alma.

Quería quedar ese mismo día. Le dije que no. Me preguntó si al día siguiente y, en tono gélido, accedí. Ni que decir tiene que no llamó, yo tampoco a él y casi me alegré.

La verdad es que es patético lo bien que se las arreglan los hombres para quedar como gusanos. Yo podría montar una factoría de seda con tanto bicho alargado de esos que he conocido en mi vida. Gusanos cobardes emocionales con miles de hilos con los que se convierten en los capullos integrales que son.

Creo que la elegancia y la buena educación deberían ser asignaturas obligatorias en el colegio. La verdad es que este fulano a mí me trae al pairo y atribuyo el buen criterio de no llamarme a los retazos de lucidez que pueda tener en su cerebro. Es que yo cuando me pongo distante, soy infranqueable. De hecho, en muchos casos lo soy hasta para mí misma.

No siento ninguna emoción ni positiva ni negativa por este tipo de individuos. Siento que se pierdan la vida, los sentimientos y la amistad en nombre de una actitud egoísta y cobarde.

A día de hoy, espero mis nuevas apariciones de Navidad. He de confesar que algunas me alegrarán, si se dan.

No todo han de ser sorpresas desagradables, digo yo.


P.d:¡Aaaahh! ¡Por favor, votadme de vez en cuando en el post de las 360 palabrasss!

viernes, noviembre 30, 2007

Hawai, Bombay...

Como veis, contra todos mis principios, me he presentado a un concursito. Es el del post anterior (os lo voy a ir recordando para que me votéis, ¡jejeje!). No me quita el sueño el viajecito a New York pero sí me apetecería que la Escuela de Escritores (creo que se llama así) llegase a leer alguno de mis textos y me regalasen un cursito de esos tan atractivos.

Me atrajo el reto de contar mi año en menos de 365 palabras y aunque me dejé miles de cosas en el tintero (qué fácil y resumido se ve ahora todo y qué dificil es salir adelante día a día) no me disgusta el resultado.

Todo parece indicar que recuperaré a la primera interna que tuve, Rocío. Una niña muy joven a la que nadie quería dar trabajo que se organiza de lujo, atiende a los niños de maravilla y es honesta donde las haya. Un bicho raro, vamos. Así que, valorado que los peques y yo no podemos seguir así de solos y necesitamos un respaldo, la he vuelto a buscar y aunque no puedo darle la totalidad del sueldo de una interna, tiene carta blanca la mayor parte del día para hacer algo por horas. Para mí será un esfuerzo pero más factible y ella ganará más dinero sin vivir en la esclavitud en que la tienen dentro de la casa del Opus, con uniforme y cuatro críos.

Creo firmemente que la estabilidad puede llegar con ella y necesito serenidad porque ya estoy cansada de saltar obstáculos.

Tengo una entrevista con un jefazo para posibles colaboraciones. De todos modos, es esta clase de entrevista que te hacen porque se lo ha pedido otro señor importante, por hacerle un favor a él. Cuando de entrada te dicen que no buscan a nadie significa, traducido a la lengua popular: “Tengo que verte porque a fulano le cumplo el capricho pero no hay trabajo”. Ya lo he vivido antes pero no se pierde nada por intentarlo.

A lo mejor, alguno rompe la tradición y me ofrece una colaboración que me dé la calma. En cualquier caso, yo siempre voy sin expectativas, así no hay desilusión posible.

Mi relato me trae por la calle de la amargura porque me parece que no voy a ser capaz de adivinar qué quiere quien me lo encargó (que para más inri es una persona que me importa mucho) entre otras cosas porque no me lo dice y el tiempo ya juega en contra.

Hoy es uno de esos días que escribo por escribir, porque me gusta, porque tengo tiempo pero no he hecho nada extraordinario (como siempre) ni estoy especialmente inspirada para contar desastres nuevos.

Decir que últimamente sueño con unas vacaciones al sol del Caribe, sin hacer nada, ligando bronce y durmiendo a cualquier hora del día o de la noche.Una tontería, claro, porque lo más lejos que iré será a Málaga y en coche _punto éste último del que ya me estoy arrepintiendo…_ pero, Dios, qué sensación sería ahora tirarse al sol, daikirí en mano, acariciada indolente por el sol, sin pensar en nada, sintiéndote millonaria durante una semana _o cinco días, tampoco me voy a poner exigente_.

Hubo un tiempo, cuando era semipija y estaba casada con dos sueldos y sin niños, en que viajaba mucho. En realidad empecé mucho antes, ahorraba todo el año y me pulía toda la pasta del trabajo en esos días vacacionales. Nunca he visto dinero mejor gastado fuera de las necesidades de mis hijos. Gastar en viajar es gastar en vivir.
Yo he tenido la suerte de descubrirlo pronto y, aunque ahora no puedo, he visto bastante mundo, he disfrutado de mis lujos anuales y he sido absolutamente feliz como sólo lo soy cuando estoy a miles de kilómetros de la vida cotidiana.

Hice turismo de piedras, como digo yo, oséase, cultural y poquito de sol. Mi cansancio existencial me conduce ahora una mezcla pero reconozco que, desde el estrés de la permanente preocupación, unos días sintiéndome la reina de Saba deben ser lo más.

Y no hacer nada. No entiendo a la gente que no puede estar sin hacer nada. A mí se me da de lujo. Si acaso, puedo sacrificarme y tomar unas copas, ponerme un modelito y disfrutar de una enorme cama con el partenaire adecuado.

Ésa es otra. Cuando viajaba con mi maridito iba a preciosos hoteles de cinco estrellas (sí, paso de ser mochilera, yo soy una ninfa disfrutadora de la vida…) con camas King Size que quitaban el sueño. El problema es que, dada nuestra apasionante vida sexual, la utilizábamos para estar lo más lejos posible el uno del otro y esas habitaciones diseñadas para no salir de ellas pierden mucho si no se disfrutan por completo.

Qué mayor placer hay que abrir el minibar, antes y después del orgasmo, sin prisa por salir a ninguna parte, revolviendo la cama, aprovechando el superbaño y los geles de olores maravillosos, envolviéndose en toallas enormes que volverán a caer antes de empezar siquiera a vestirse para luego, ya agotados, arreglarse y salir a cenar, a recuperar fuerzas. Y para cuando vuelvas, la habitación impoluta de nuevo, las luces del velador encendidas y la cama abierta… ¿De verdad que no lo estáis viendo?

Pufffff, definitivamente, necesito unas vacaciones.

O un electroencefalograma plano que esta cabeza mía que no descansa me matará.

jueves, noviembre 29, 2007

Saltos mortales en 360 palabras

Definitivamente, mi año no tiene desperdicio. Ha sido una etapa de cambios, saltos mortales, vicisitudes y mucho valor. Cambié las piedras de mi Compostela natal por el asfalto de la Gran Vía madrileña. Dejé a mis amigos de siempre para conocer a otros más parecidos a mí (por solos, por libres,, por desparejados).

Me subí al avión del futuro con una mano delante y otra detrás, sin conocidos, sin casa y sin dinero, con mi coraje como único equipaje. Atrás dejé tres años de infierno en el paro, a mis niños en casa del desequilibrado de su padre a quien le ha dado tiempo de tener dos niñas (¡y van cuatro!) sin abandonar el paro ni la pensión irrisoria que nos pasa.

Mientras ellos apoyan la natalidad, yo he hecho algo tan prosaico como lograr un trabajo estable, montar un piso para mis dos peques de 5 y 6 años en solitario. En los 4 meses de nuestra separación recuperé una parte de mi vida de soltera, di carpetazo a relaciones que no me conducían a ninguna parte y luché con uñas y dientes por un empleo que se me resistió hasta el último día. Ante todo, solté lastre y crecí.

Escolarizar a mis hijos fue una pesadilla, perdí todas las subvenciones, tuve que llamar a la policía para que me entregasen mis muebles, he padecido seis asistentas en tres meses y aún no me he suicidado.

En la capital me encuentro como en casa, soy urbanita vocacional. Me fascina la embriagadora vista del Palacio Real y la Almudena desde mi oficina. He conocido artistas de paso, sentimientos prohibidos, noches vacías con tipejos vulgares y noches llenas con algún mago de las emociones. Me atreví con algún affaire al límite de lo políticamente correcto, enfrenté nuevos retos laborales y vitales y he descubierto cómo ser madre en soledad y casi morir en el intento.

Estamos lejos (mi pequeña familia y yo) de haberlo logrado todo pero somos valientes y aventureros y nos merecemos una oportunidad. He renunciado a ser una superwoman, una supermamá y una supernada. Sólo soy una mujer de los pies a la cabeza.

Y nunca es tarde para descubrirlo.




(Este post participa en el concurso de atrápalo. Vota si lo deseas)

martes, noviembre 27, 2007

Del abrazo con sentimiento inesperado

Vaya semanita, señores. De la parte del servicio doméstico (qué cosa tan refinada parece dicha así…) prefiero no hablar hasta hallar soluciones. Baste decir que la susodicha asistenta me ha dejado dos vísperas de puente colgada con enfermedades repentinas y no ha ido recoger a los niños.

He tenido de todo, desde ataque de rabia, autocompasión e instintos asesinos. Ahora, con el fin de semana aguado por la impresentable en cuestión, espero a que las cosas se solucionen, despacio y con mucho esfuerzo, para no perder las buenas costumbres. Os mantendré informados de tan apasionante asunto y que tanto me desquicia.

En fin, a lo suyo. Al fin me pasé por casa, o sea, mi tierra natal. De modo fugaz , porque dos de los cuatro días que tenía los pasé al volante (¡NUNCA MÁIS!), pero al menos pude ver a alguien.

A mi hermana A. la he visto lo suficiente para decidir que voy a pasar más días de Navidad en mi tierra de los previstos porque me necesita. Está como una cabra postparto, con su bebé, atacada de una maternidad galopante acompañada de un hombre mayormente inoperante, como casi todos en estas lides.

Sigue perdida para la causa, esto es, no sale aunque diga que quiere y proteste todo el rato, no mea más que si el niño duerme y, fuera de Gran Hermano, que le apasiona, y los achaques de la criatura, apenas hemos podido entrar en ninguna otra materia. A pesar de los pesares, creo que le hace falta tenerme cerca aunque sea para darle alguna palmadita de apoyo y tratar de enseñarle la luz al final del túnel de la “babyetapa”.

También me ha dado tiempo a mosquearme con una “amiga” que me dejó colgada nada más aterrizar, así que está castigada hasta la vuelta y ya veremos.

Mi prima, más guapa que nunca la condenada, sigue matándome de envidia con el precioso piso que está montando y su inigualable buen gusto para hacerlo. Es curioso, hace unos años, cuando compré mi piso, también tuve mi temporada de interiorismo desatado pero ahora, tras tantos esfuerzos y muebles tirados, me encanta ver pero no tengo las fuerzas ni la ilusión para acometer ningún proyecto decorativo. Se va desgastando una hasta para eso, vaya por Dios.

Mis amiguísimos de siempre, pues tal cual. Como en casa con todos nuestros roedores destrozando la suya (¡Cómo mola…!) y en tránsito hacia la Navidad.

La noche de copas estuvo curiosa. Me encontré algún amigo, algún ex amante que otro y caras conocidas. He de decir que hubo un encuentro que me impactó especialmente.

Yo acostumbro a pensar que, salvo relaciones muy cercanas, el poso que se deja en relaciones poco ortodoxas es inexistente. No acostumbro a guardar rencor por nada y mis relaciones en relaciones más o menos platónicas (o no) son siempre afables.

Sin embargo, esa noche me encontré a una persona en la que no creía haber dejado la menor huella. Nos vimos y esperaba un saludo cálido, cordial. Sin embargo, para mi sorpresa, recibí uno de los abrazos más… epatantes de los últimos años. Es difícil describirlo. Fue un abrazo, largo, fuerte, denso. Nada de brazos blandos o besos de cumplido. Me estrechó con fuerza, me quedé pegada a ese abrazo durante unos largos segundos y me transmitió… un afecto profundo, sincero, intenso. Reconozco que aún me conmociona pensar en ese contacto, por inesperado y candente. Y me emociona pensar que, por unos segundos, esa persona se sintió realmente feliz de verme. A pesar del tiempo y la distancia, ese cariño no sólo no parecía haber desaparecido sino que aparecía ante mí vivo, alegre, reforzado.

Tal vez es sólo fruto de mi imaginación pero me gustó mucho encontrarme una sorpresa de tal valor humano. Ese alguien parecía sinceramente feliz de reencontrarme y, para cuando me recordó que le llamase cuando fuese por Santiago, no me quedó otra que reconocer que su número pertenecía al grupo de los borrados por falta de utilidad en mi agenda.

Sorprendentemente, a todo el mundo le molesta que le borre de mi lista (hombres y mujeres) a pesar de que mi buen criterio queda demostrado después de nueve meses sin noticia alguna de quien espera no ser borrado. En cualquier caso, éste no es el asunto.

Me encantaría pensar que, de vez en cuando, me equivoco con las personas y son capaces de reconocerme aunque, quizás, ello sea fruto de la distancia. De todos modos, no puedo sino solazarme y sentirme embriagada de que, a pesar de los pesares, la ninfa traviesa aún sea capaz de generar un afecto tan genuino en alguien que estuvo por su vida sólo de paso.

Me debes una llamada perdida y una visita. Yo también me sentí feliz de verte. Y un poco triste.

Paradojas de la vida

jueves, noviembre 15, 2007

Con gafas y a lo loco

Estreno gafas. Las he traído al trabajo. Y os preguntaréis ¿Pero esta mujer no tiene otras tonterías que contar en su blog? Efectivamente, hay puntos mucho más interesantes que narrar sobre mi vida pero como, insisto, esto no es un diario ni zona de desnudos gratuitos, cuento lo que me parece.

A lo que íbamos. Pues eso, que un hecho tan trivial como ponerse unas gafas para ir a trabajar es un gran avance psicológico en una acomplejada patológica por su miopía desde que era niña. Llevo lentillas desde los 15 años y prácticamente no me las he apeado desde entonces.

El año pasado sonó la voz de alarma: una conjuntivitis alérgica de miedo me mandó a Urgencias y el oftalmólogo me advirtió que tenía “datos de uso excesivo de lentillas”. En cristiano viene a ser que, si te pasas, el ojo genera rechazo y llegará un día en que no podrás ponértelas más. Horror.

Como he comentado sin pudor y repetidas veces, soy una mujer coqueta. A mi entender esto no es un defecto, nada hay más bonito que una mujer femenina. No soy esclava de mi imagen a mi pesar. Ya sé que suena rarísimo pero así es. Me explico:

Yo quisiera ser como esas chicas que se levantan y se maquillan todos los días para estar perfectas. Sea el día que sea, están divinas de la muerte, el pelo bien arregladito, perfectamente maquilladas y modelito elegido a conciencia para ir a la oficina o donde toque trabajar. Quisiera serlo, de verdad.

Sin embargo, no me maquillo a diario. A lo sumo, me doy un toque de rimmell y barra de labios. Desde que estoy en esta oficina _como ya he comentado_ menos todavía. No me pinto cada mañana para no ser esa chica que te horroriza un buen día a cara lavada, para no fastidiarme la piel (la verdad, la mía no necesita ser ocultada. Es limpia, sin granos ni irregularidades y no tengo arrugas), porque se me pegan las sábanas y paso tres pueblos de entretenerme con eso y por algún motivo que desconozco ya que me encuentro muy guapa pintadita y del montón a cara lavada. Encima, como duermo siempre menos de lo que necesito, las ojeras son parte de mi existencia. No tengo muchas pero se me quita la cara de salud que me depara levantarme a las mil…

Y a todo este tratado frívolo sobre mi aspecto físico matinal le sumo el hecho de que he resuelto llevar las gafas a currar porque no quiero dejar de usar lentillas (paradójico ¿No?). Además, como no veo tres en un burro, no me voy a maquillar los ojos. Los tapan las gafas y, sin gafas, no distingo para pintarme.

Resumiendo: me encuentro feísima. No tengo pasta para operarme la vista _eso sí que sería una inversiójn_ ni para comprarme modelitos que me motiven para poner más afán pictórico a mi exterior. Mis compañeros, tan bien educados ellos, o me dicen que me quedan bien _que ya me lo pueden jurar sobre la biblia que no me lo creo_ o no dicen nada (esto es peor).

En cualquier caso, algo hemos avanzado. Antes no salía ni a comprar el pan con gafas, tal era el complejazo que tenía. Me alegra superar esa parte y no pensar que todo el mundo me mira como un ovni pero es como si abandonase otro punto más de arreglo personal. Por otra parte, pienso que hago lo mejor, así mis destrozados ojitos aguantarán más tiempo las lentillas.
Para más inri, necesito un préstamo que creo que el banco no me dará. Demasiados gastos esto de empezar de cero sin un puñetero ahorro. Y, claro, pierdo las gafas y voy me compro otras. En la entidad bancaria deben creer que soy una gastadora compulsiva.

Vamos a ver qué cara le ponemos al día a día porque hasta mi peque me ha dicho que estoy fea con gafas (y él no miente), mi cuenta corriente es más fea que yo y mi menda está repodrida de vivir al filo de lo imposible por una contingencia tan estúpida como el dinero.

A ver cuando me vuelvo pija, me pinto como una puerta todos los días y salgo a la calle sólo para elegir mi nuevo modelito de Loewe. Y este comentario lo brindo a todos los que me tachan de superficial, frívola y pedorra.

Que les aproveche

martes, noviembre 13, 2007

Rebrotes de ligues y tos

Estoy malita. Así como suena, de niña pequeña, de pataleta. Me duelen el pecho al respirar, tengo una tos de justicia y he tenido que pasar por el aro (léase ir al médico) para que me diese un superantibiótico de esos de tres pastillas para sobrevivir a mi salud de tres al cuarto y ratificar mis sospechas de bronquitis y sabe Dios qué más.

Cuando uno se pone enfermo se vuelve malcriado. Echa de menos a mami con las sopitas, el plátano machacado con galletas y naranja, la cara de consternación que tan curativa resulta cuando una es, por milagro de los virus o bacterias _que ahora la diferencia es muy importante porque si pides antibióticos en la farmacia te miran como si fueses un delincuente_, el ombligo del mundo.

Mi mamá hace muchos años que no me cuida. Porque no me dejo, porque no vivo con ella y porque no coincide. Mi ex me cuidaba mucho. Le encantaba tratarme como a una niña pequeña. Tanto fue así que al final estaba firmemente convencido de que no sabía dar un paso sin él. Obviamente, se equivocaba. Desde que lo dejamos me he dedicado a dar saltos de trampolín más o menos despeinada, pero oye, con dos ovarios.

Como soy una niña mayor me tengo que fastidiar, seguir preocupándome de mis pobres peques y acordarme a cada rato de la horrible existencia que ha tenido que pasar mi madre, sin poder enfermar, con seis churumbeles, una casa permanentemente patas arriba y una panda de desagradecidos por familia.

Recuerdo que, cuando ella enfermaba, yo lo pasaba fatal. No sabía cómo deambular por casa y no encontrármela. Me parecía que todo estaba vacío y no pensaba, egoístamente, más que en que se curase para seguir estando disponible para todos. Me imagino lo sola que ha estado.

Cuando me encuentro mal siempre soy más consciente de que soy/estoy/vivo sola. Y conste que muchas veces me regodeo en eso. Pero otras, me cansa. No me quejo, he tenido visitas, de esas que te hacen sentir importante y te malcrían un poquito. Pero yo procuro no olvidar nunca que soy una unidad. No es estupendo pero es que, si no, se pierde el norte.

Tengo ganas de ir de fiesta y no tengo ni oportunidad ni salud ni pasta. Tengo ganas de ir a Galicia y no tengo ni salud ni pasta. Tengo ganas de no sé qué y como no sé qué es pues no puedo hacerlo efectivo.

Ya empiezo a olisquear las Navidades con ese tufillo agridulce que las caracteriza. Las odio tanto como las amé cuando era una niña y, por otra parte, me gustan porque tengo niños y ellos, como debe ser, las disfrutan. Busco trabajo extra y nada de nada. No sale. Es que la expresión “no me sale nada” últimamente no me la despego ni a tiros.

En Navidad rebrotan los ex ligues, ex novios y ex proyectos. Reaparecen mensajes amables y caras que has olvidado, te importan un bledo o te gustaría volver a ver. En cualquier caso, es la época perfecta para reaparecer así a lo tonto. ¿Quién sabe? A lo mejor, me llevo alguna saludable sorpresa para mi ego. Dejar señal nos gusta a todos, especialmente si ese alguien te importó o gustó o te entretuvo algo.

Pues nada, entre tosido y tosido de anciana, mis valoraciones con Ch sobre cómo pasaré mis años de desgüace y la dulce incertidumbre que me acompaña siempre aguardo…
A que se acerque el futuro. Ése que no existe.

miércoles, noviembre 07, 2007

¡Qué solos se quedan los viejos...!

A perro flaco todo son pulgas (haced el favor de no caer en el chistecito de ponerle sexo femenino a la frase que no estoy para gracietas…).

Resulta que, desde que acabé la mudanza no he vuelto a encontrar mis carísimas gafas. Carísimas no por fashion sino porque, como no veo tres en un burro, los cristales reducidos y la madre que los parió me cuestan uno de mis tuertos ojos cada vez que me paso por la óptica.

Me frustra profundamente perder las cosas que casi seguro están en casa y de las que, por desgracia, no puedo prescindir. Especialmente, cuando son caras y no me ha quedado más remedio que comprarme otras porque tengo una conjuntivitis alérgica que no se la salta un galfo y estoy machacando mis globos oculares a tal punto que voy por la vida con la mirada inyectada en sangre como una zombie.

He intentado por todos los medios escapar del gasto pero, visto que me estoy haciendo un daño que puede ser irreversible y desembocaría en la intolerancia de las lentillas, en la compra de las gafas de todos modos y que no puedo operarme, como sería mi deseo, pues a seguir engordando mi desastre económico…

Estoy empezando a pensarme lo de venir con gafas al trabajo _en el caso de la ninfa hiperpresumida esto es el colmo de la fealdad_ pero es que me estoy fastidiando la vista y aquí están todos de un felizmente casado o arrejuntado que da asco.

Es curiosa nuestra oficina, llena de chicas atractivas en edad de merecer y sin novio y llena de buenos chicos _esa cosa tan rara y escasa_, inteligentes, simpáticos, formales, fieles y firmemente atrapados. Hay que ver qué mala pata.

No veo manera de incrementar mis ingresos y lo que menos me cuadra es que son muy decentes pero no me dan ni para pipas. Entre pagos varios aplazados, colegio, pisazo y asistenta no queda para nada. No consigo alquilar el cuarto (¿No hay una chica maja de Madrid por ahí que quiera compartir con gente divertida y sana como yo?) y mi jefe me habla de soluciones paralelas en otra empresa _quizás_ pero me dan espasmos sólo de pensar en volver a la prensa. Siempre que hablo con él, y ha sido de buen rollo, me da la sensación de que ya no doy la impresión de tener ni potencial ni fuerza ni profesionalidad. No sé cómo lo hace pero lo hace.

Yo estoy a gusto en mi oficina, con sus fines de semana, sus puentes, sus días ajetreados y sus días tranquilos. Me gusta ver el edificio capitol, el Palacio Real y la Almudena desde mi privilegiada ventana. No quiero volver a la esclavitud de la prensa escrita aunque no me importaría vivir de las letras, claro, pero es que lo de soñar cuando tienes tantas facturas no apaña nada.

Está claro que no se puede tener hijos sin pareja. Es todo muy difícil y recontracaro. Y, cuando reparo en alguien, por supuesto, vive demasiado lejos o está comprometido o qué sé yo. Por otra parte, entre lo difícil que es que yo me enamore _hay que trabajar mucho el asunto y los hombres de hoy no se trabajan nada en una relación_, que ya no recuerdo cómo era aquello de vivir con un hombre ni me parece necesitarlo salvo en el plano material(¿Para qué? ¿Para matar la pasión, la emoción del encuentro, los momentos especiales, la libertad de ir y venir y emocionarte con quién te da la gana?) y que, a este ritmo, me haré mayor sin haberme enterado, está claro que lo de compartir gastos va a ser imposible y eso sí que lo echo de menos, a qué negarlo.

De vez en cuando me da por pensar en cuando sea una señora, qué sé yo, de 50 o más años y nadie me quiera ni pasear. ¿Me habré acostumbrado entonces a la ausencia del sexo en mi vida? ¿Y al amor, a los mimos? ¿Será verdad que a esas alturas no necesitaré compañero ni que me mimen ni que me amen? ¿Me sentiré tranquila con una vida sencilla, sin pretendientes _porque calculo que para entonces sólo quedarán un par de babosos, con suerte, y a mí me gustan más jóvenes desde hace ya tiempo…_?

¿Alguien puede contarme en qué consiste la vida tras la menopausia, sola y con los niños ya criaditos?

Ains, por Dios, que me está dando el bajón.

Parafraseando a uno de los grandes de nuestra literatura “¡Qué solos se quedan los muertos!

A día de hoy, sería más propio, decir… ¡Qué solos se quedan los… ¿viejos?”

O que solos nos hemos quedado…

jueves, octubre 25, 2007

Reflexiones otoñales

Hace ni se sabe que no me paso a cumplir mis deberes blogueriles. En parte, eso es bueno. Señal de que tengo una vida ocupada, que no entro demasiado en internet a vaguear y que ando en otras guerras. Aún así, no me gusta descuidar mi rincón. Reconozco cierto oscuro temor a perder a mis cada vez más silenciosos interlocutores. De hecho, no sé si seguís ahí y no os inspiro ni un comentario o ya os habéis marchado. No podría culparos en ningún caso.

Yo comento en pocos blogs y no por ello dejo de leerlos. La mayoría no me convencen o no me dicen nada y, alguna ocasión, son regocijantes sorpresas.

Otra sorpresa regocijante es que he vuelto a leer. He retomado el saludable hábito de tomar un libro entre mis manos y abstraerme del mundo exterior en el metro. No es cierto que todos los que agarramos un libro no estemos leyendo. Yo no cargo con un libro para nada. Soy demasiado práctica.

Soy una lectora exigente, he leído mucho y ya me gustan pocas cosas. Encima, mi situación económica no me permite caprichos, ni literarios ni de ninguna otra clase. Y no entro en las tiendas ni en las librerías para no caer en la tentación de acariciar un libro de novela histórica de hermosas y gruesas tapas o entrar en la sección infantil y arrasar con libros para pequeños roedores. Hay que tener cuidado con los impulsos.

De hecho, tendré que pagar dos entradas que compré en una ataque extraño para un concierto de Nacha Pop al que no podré acudir. Olvidé que no tenía con quién dejar los niños. Inconvenientes de ser una maruja solitaria con sentimientos de independencia férreamente refrenados..

Tengo sueño, continúo mi vida en Madrid padeciendo las inclemencias del infame servicio doméstico (aquí es cuando algún listo envidioso me llama pija por tener asistenta. Ya me gustaría poder prescindir de ella y embolsarme los cuartos que se lleva por no hacer prácticamente nada).

He de reconocer que siento algo de morriña ya. Es una morriña suave (lene se dice en galego, qué palabra tan evocadora) y dulce. No de la tierra, ni del regreso. Cuando vine sabía que no podía ni debía volver. Nunca doy pasos atrás y mi sitio no está allá. Ni siquiera añoro el clima, soy una gallega rara que aborrece la lluvia.

Es una añoranza de mi gente, mi familia elegida. Recibiré visitas de parte de ella en los tres próximos fines de semana. Ello me alegra y me recuerda la importancia de trabajar y cuidar la amistad. Por eso empiezo a sentir urgencia de verles, de contarles mis cosas, de abrazar a sus hijos. De que se rían con mis supuestas barbaridades y me digan aquello de: “¡Ay, Ninfa, nuestra vida es mucho más aburrida sin ti…!”.

Me ha tocado el papel de cascabel de la familia. Con mi vida paralela, salpicada de complicaciones, de aventuras y desventuras, aderezada de comentarios cáusticos que son la sal de mi vida. A mi modo, siempre les he cuidado mucho. Les he visitado porque no hay quien los saque de casa. A cambio, me atiborran de comida y cariño cuando me cuelo en sus vidas. Les he llamado cuando las cosas se ponen feas y me he puesto a su disposición para lo que humildemente pudiese hacer por ellos. Por encima de todo eso, sin embargo, les he amado siempre mucho. Eso es lo que más me llena. Es el único tipo de amor, con el de mis hijos, que me parece inagotable y _salvo amargas decepciones_ inalterable a las vicisitudes o el mal tiempo.

De todo esto que he intentado ofrecer, hemos recibido por centuplicado, mis pequeñitos y yo. Aquí estamos más solos pero lo llevamos bien. Nos gustaría poder subirnos al coche como en Santiago _aún he pensado: “en casa”_ y correr a verles. No puede ser. Les tenemos pero de otro modo. El modo autosuficiente que nos ha tocado vivir. Es una buena escuela para los niños (la vida es dura, tienen que saber que se las han de apañar solos) pero me gustaría tenerles a menos distancia.

Acaricio alguna nueva ilusión con la cautela y la incredulidad que me caracterizan. Yo no me lanzo sin pensar a las piscinas. No es cobardía, es experiencia y autoconocimiento. En cualquier caso, no soy una mujer enamoradiza, no le llamo amor a las chispas y me tomo mi tiempo para dejar que mis sentimientos, del tipo que sean, maduren y me cuenten cómo se llaman, qué necesitan y si están en el lugar adecuado.

No sé si me enamoraré algún día pero tengo perfectamente claro que eso sólo ocurrirá con calma, con tiempo, con roce, con paciencia, con complicidad. Lejos queda ya la veintena y el entusiasmarse sin ton ni son. Me dedico ahora a dejarme llevar _con suerte_ y a esperar que, si toca que llegue ese sentimiento, se vaya haciendo sitio dentro con sensatez, calma, seguridad, fuerza y determinación.

El futuro se me antoja una palabra cada vez más compleja y abstracta. Lo digo muchas veces, soy ya incapaz de hacer planes más allá de una semana. No creo en la permanencia de casi nada. No es que no me guste, soy una persona vulgar que aspira a la serenidad, pero si repaso mi existencia, este sentimiento ha brillado siempre por su ausencia. No me la dieron en mi infancia y juventud, no me la proporcionó un matrimonio de mentira y los vaivenes laborales siguen trayéndome de cabeza.

El amor me ha sido esquivo o lo he esquivado yo con mucho arte. Me gusta amar y que me amen pero el amor romántico me parece traicionero o lejano. Para compensar, le pongo a mi vida y a mis amantes pasión, sin esperanza de cambios y hasta con temor de ellos. Temo acostumbrarme a situaciones dulces, pasajeras. Con lo valiente que yo he sido y lo temerosa que me ha vuelto mi armadura…

En fin, tal vez algún día venga mi caballero –quién sabe si cercano…_, descubra que no soy un soldado y que, bajo la chatarra, sigue la niña deseosa de atención, la mujer llena de deseo, la madre tierna pero no por ello ñoña. Tal vez algún día llegue el que vea en este ser mortal a su princesa, aunque sea por un rato.

Y me quite el disfraz de rana con un manantial de besos.

Tal vez.

miércoles, octubre 17, 2007

Manual de ayuda a féminas

Comida de chicas solteras divertidas, libres y de todas las edades. Estoy recuperándome del impacto que causa tomar vino peleón de menú a la hora de comer. Está bien para una siestecita pero no tanto para sentarse a trabajar.

La comida, cómo no, ha sido muy amena. Tras comentar unas y otras sus últimas salidas de fiesta en los pasados días y la importancia de relacionarse y salir de conciertos con algo más de frecuencia, acabamos hablando, como no podía ser de otro modo, de lo Único.

Una de las chicas más experimentadas del grupo nos contaba las opiniones de su amigo/pareja/quéséyo/ acerca de los estúpidas que somos las mujeres. Fastidia pero resulta que tiene razón, aunque sólo en parte. Me explico:

Según este joven galán, las mujeres somos tontas del bote porque, cuando un hombre quiere tema, nos dice lo que sea con tal de que traguemos. Y el asunto es que, según él, nos lo tragamos. Hay mucho de verdad en ambas afirmaciones.

Por un lado, ya sabemos que un hombre nos come la oreja lo que haga falta con tal de saciar sus “necesidades”. Por el otro, las chicas, con ese problema emocional/cultural que nos hace tener el extraño deseo de ser queridas para algo más que para llevarnos al catre, nos creemos mucho de lo que dicen para, también, conseguir lo que queremos: vivir la ilusión de que los abracitos y palabras dulces de las previas puedan ser verdad.

Yo discrepaba en el momento en que mi amiga aseguraba que, cuando un hombre está interesado, está ahí, de cabeza, como sea. Otra de las partenaires de la mesa preguntaba si había alguna forma de diferenciar si lo que querían era pasar de la cama a otra cosa. Ahí ya estábamos más o menos de acuerdo todas en que no hay ninguna. Así pues, las aseveraciones del joven galán, no sirvieron de mucho. Todas hemos visto cómo iban a por nosotras de cabeza y, después de haberles entregado el cuerpo _si has tenido suerte, sólo eso y no el alma…_ desaparecen con más o menos premura.

Según él, si se quedan a dormir, es que les importas. Cochina mentira. Creo que todos los hombres con los que he estado han querido dormir conmigo, han sido más o menos tiernos y, mayormente, quien se ha ido o los ha echado de la cama ha sido mi menda. Esto no implica que les importes un rábano, simplemente, el sexo les da sueño y, como decía un conocido mío: “Jo, lo malo es que después te tienes que quedar abrazado un rato porque, si no, quedas mal”. De hecho, yo también puedo dormir con un tipo que no me importe mucho para poder quedarme frita en cuanto me dé la gana. O sea, que el tópico de que si se queda a dormir y después es tierno, hay posibilidades, es un mito.

En fin, a lo largo de la comida surgió la idea de consultar a mis potenciales lectores masculinos (aunque vosotras, chicas, como siempre, podéis opinar) para ver si alguno se atrevía a hacernos un pequeño manual de comportamientos reveladores.

Pue eso, chicos, lanzamos el guante y el reto de que nos describáis de una forma creíble, qué señales podéis ofrecer _en general, no vale que tú seas el megaespecial, hablamos de la mayoría_ para que podamos pensar que os interesamos como seres humanos, parejas, amigas o lo que sea según corresponde.

Nos quedamos ansiosas a la espera. A ver si nos enteramos de algo de una vez.

domingo, octubre 14, 2007

A dónde van los besos...

Esta noche mi ex no-novio me ha bombardeado con mensajes diciéndome que recordase el pasado. Dice que hay días y noches que vivió conmigo que no olvidará jamás y que desearía repetir.

Se refiere, claro, a repetir las noches, que no los días y las charlas. Una parte de mí se siente halagada _hace dos años que no nos vemos, así que ser su fantasía recurrente no deja de agrandar mi ego_ y la otra asqueada. Que sus noches conmigo sean inolvidables no es extraño. Teníamos una química espectacular, le llevo diez años y la experiencia es un grado. Tampoco yo he encontrado todavía un partenaire con el que haya llegado a tal grado de complicidad y conocimiento de nuestros cuerpos.

Sin embargo, me parece una osadía sin igual que alguien con quien compartí nueve intensos meses de mi vida, lo más parecido que he tenido a una pareja desde que me separé, me busque una y otra vez para recrear noches de pasión que no ha podido repetir. Que me diga que eso no interferirá a nuestros sentimientos, insulta mi inteligencia.

Es hermoso compartir una pasión pero pretender recrear el pasado obviando el sentimiento es una barbaridad. Sólo parece soñar, palabras textuales, con sentirme de nuevo en sus brazos, sentir cómo me estremecía.¿Cómo puede pretender sentir lo mismo que cuando había todo aquel cariño, ternura que dice conservar y que se murió en cuanto nos separamos? ¿Qué habría más que la confirmación de que el sexo sin sentimiento no se puede repetir con quien lo hubo? ¿Qué otra cosa más que vacío y oscuridad? ¿Cómo recrear sentimientos y sensaciones pisoteadas hace tanto tiempo? ¿Ya nadie tiene respeto por la belleza? ¿O es demasiado necio para reconocer ante sí mismo que lo que no ha podido encontrar, lo que echa de menos, es aquella ninfa que le hizo sentir especial por un tiempo?

Honestamente, no lo sé. Sabe a ciencia cierta _porque siempre se lo he dejado claro_ que no reincido con los ex. Es casi una cuestión de honor que quien me haya dejado pasar o me ha abandonado no pueda volver a rozar mi cuerpo. Es terreno vedado para ellos y así es como debe ser.

Puede que me tachen de radical. Sin embargo, cualquier recreación física de lo que, en otro tiempo, fue una verdadera pasión compartida se convierte en algo vacuo, triste, sin significado.

Por ello, aunque mi ego esté colmado por un lado, se siente triste de no poder dejar señales más que en los cuerpos, en la carne y el deseo perecederos y pasajeros.

Cómo quisiera que alguien supiese responderme sobre adónde se van los besos que dejamos de dar, las frases de amor que, un día, dejamos de pronunciar, la dulce ternura de sentirnos solos, únicos y especiales en un mundo vulgar del que, aunque sea a ratos, podemos escapar... En brazos de alguien que se sienta igual.

Y si no es así, no vale la pena.

jueves, octubre 11, 2007

Ninfas paradójicas

Una lectora y, sin embargo, amiga (que no siempre es así) me ha preguntado hoy por el significado del Viento.

“¿Quién es el Viento?”, me interroga apremiante. Tengo que detenerme a pensar. El Viento puede ser esa clase de sentimiento que te recuerda que estás viva, muy viva. Puede ir y venir a su libre albedrío porque no tengo intención de atraparle pero me da miedo, como siempre, que pueda ser yo quien acabe atrapada en medio de un huracán inesperado.

No me asustan los huracanes, me asusta la calma y el desastre que puede dejar a su alrededor una vez finalizada la fuerza, cuando queda sólo olvido. Ni siquiera es miedo. No tengo miedo a sufrir, simplemente no me gusta hacerlo. Podría parecer que digo lo mismo pero no es así.

Conozco el sufrimiento de primera mano. No sólo en materia sentimental _después de todo, el dolor que con más seguridad desaparecerá_ sino a nivel humano, como mujer, como hermana, como hija. La ausencia de sentimientos desgarradores de índole amorosa produce una cómoda sensación de invulnerabilidad. Es falsa porque nunca sabes si van a llegar por su cuenta y riesgo pero, cuando te armas hasta los dientes como una Ninfa guerrera, las posibilidades de que las heridas sean hondas son escasas.

Sin embargo, de vez en cuando, me sorprendo a mí misma reflexionando sobre mi mundo emocional. Haciendo balance, empiezo a pensar que, de modo inconsciente, lo que quiero es quedarme sola.

Siempre reparo en los hombres inadecuados, en el lugar inadecuado, en el momento inadecuado. Sin saber por qué, casualmente (¿O no?), me ilusionan (porque no recuerdo la última y única vez que me enamoré, creo que tenía 22 años…) personas con las que, cerebralmente y desde el principio, sé que no llegaré a ninguna parte. Bien porque son armaduras ambulantes con pánico a una relación, porque son de los que temen a las mujeres independientes o, simplemente, porque logísticamente, no puede ser (él o yo vivimos en lugares diferentes, en mundos diferentes, que no podrán llegar a reunirse).

Así es como he logrado mantenerme libre durante estos tres años y medio que llevo separada. En alguna ocasión he deseado enamorarme del adecuado y, en la mayoría de los casos, sólo me he desilusionado un poco más que antes.

No quiero echarles la culpa sólo a ellos. He conocido chicos estupendos que me han ofrecido las estrellas por estar a mi lado. Pero no veíamos las mismas estrellas o las feromonas no estaban en sintonía. Como digo, creo sinceramente que o bien no se da el momento o me los busco no factibles para no tener nunca que verme en la situación de rechazarles porque no puedo comprometerme.

De ahí la importancia del Viento. El Viento es el presente, es la fuerza, es la pasión. Es el dejarse ir, por una vez. Pero también representa la persistencia del imposible, del final anunciado, del vivir el momento porque el pasado se fue y el futuro no existe.

O, como de costumbre, prefiero pensar que no existe aunque, secretamente, esté deseando que ese Viento me arrope con la misma fuerza que abatió puertas, piedras y ventanas el día que abandoné mis amadas piedras preñadas de alma.

Así es la Ninfa, una eterna paradoja. Hasta para sí misma.

lunes, octubre 08, 2007

La deuda con el viento

Cuando ella abandonó sus piedras sólo le quedó pendiente una deuda con el viento. No era el viento de las piedras, era viento con sabor a mar, a Atlántico, a fuerza, a ternura y a pasión.

Le contaron que el viento lloró su marcha, que dejó su recuerdo flotando y que atravesó los umbrales gritando su nombre. Ella no debía oírle, tenía que cumplir su destino.

Un destino que nada tenía que ver con ese viento que podía atravesarla de parte a parte, aunque hubiera sido hermoso llevárselo con ella y que, silencioso, invisible, le besase el pelo, le acariciara el alma, le devolviera todas las sensaciones de aquel cuerpo suyo nacido para la pasión y empeñado en la soledad.

El viento siguió su camino, porque el aire no se detiene nunca, como ella, como los tiburones. Ninguno de los tres se queda inmóvil más que para morir. Acarició otras almas, besó otros cuerpos, dejó de gritar su nombre y se rindió a la evidencia de que nunca se tendrían.

Un día, el viento cambió, momentáneamente, su rumbo. Paseó por otras piedras pero su aroma le llamó de nuevo. El viento se envolvió en él al tiempo que la envolvía a ella. Y, por un instante, viento y espíritu libre, mar y piedras, fueron uno.

El viento siguió su camino, cerca del mar, de la lluvia, de las piedras. Ella se quedó soñando con futuros imposibles, con sueños irrealizables, con piezas de perfecto encaje que la vida se empeña en separar.

Y, por una vez, deseó dejar de ser ella misma para convertirse en aire, para ser parte de él y poder volar en libertad… Hacia su donde su corazón la lleve.

Ahora es ella quien busca a su ser ingrávido y maldice a las puertas y ventanas por haberse quedado abiertas y dejarle escapar. Por mantenerla encerrada y no poder salir, volátil, en pos de su dulce movimiento, de las caricias en el pelo, para convertirse en “Ella”, la adecuada, la parte de la parte y no el camino lleno de escollos, de obstáculos inútiles, de tiempo perdido. Deseó no estar prendida en las piedras para que el viento pudiese besarla, rozarla, paladearla.

Mira las paredes, abre los balcones, las terrazas, esperando que entre de nuevo, que la posea como sólo el viento puede hacerlo: en su totalidad, sin fisuras, sin espacios, sin razones materiales. Pero el aire no le pertenece, vuela por otras sendas, camina por otros muros, buscándola, tal vez, en otros puertos.

Al viento le pide que regrese, que no se equivoque en su búsqueda, que no escuche los cantos de falsas sirenas…

Y que la rescate.


(Este post está dedicado. Feliz cumpleaños... Viento)

jueves, octubre 04, 2007

A la hoguera

Ayer me echaron a la hoguera. Pasé de Ninfa a Bruja (que no meiga). Fui juzgada, condenada y arrojada al fuego purificador contra el peor de los pecados: la libertad de expresión.

Mi corrosivo sentido del humor no parece ser para todos los gustos, algo respetable siempre y cuando no se me etiquete por decir, pensar o ironizar cómo y sobre lo que me dé la gana.

Yo no caeré en la tentación _que también la tengo, soy humana, pero trato de no hacer lo que no me gusta que me hagan_ de ponerme a juzgar a quien me crucifica sólo por no ser lo que su cabeza ha decidido que sea. O por no pensar a la antigua usanza y tratar de aparentar ser una damisela intocada esperando a un príncipe azul. O por no haber decidido que esa persona debía ser mi príncipe de buenas a primeras porque ya tengo una edad y procuro no tirarme a ninguna piscina de cabeza. Afortunadamente, no lo hice. Qué buena consejera mi legendaria intuición.

Lo que sí haré, ahora y siempre, es defender la presunción de inocencia del resto del mundo y, mucho más, claro está, la mía.
Aunque eso sí, para algunas personas, las cosas sólo se hacen bien si se tiene su mismo criterio. Un criterio victoriano, anticuado y casi dictatorial. Les llaman principios.

En nombre de sus principios te retiran la palabra por utilizar expresiones que se les escapan, por no tener capacidad para ver a través de otros ojos que no sean los suyos o para aceptar que hay más verdades que la individual y que no siempre los que pensamos, actuamos, vivimos y hablamos diferente somos los malos.

Una chica decente, no “superficial”, profunda, educada y digna de ser deseada por este tipo de señores, no puede utilizar las palabras “cacería” ni de broma. O en serio. No puede pensar lo que quiera o ligarse a quien quiera porque está muy feo. Porque eso la convierte en una mujer sin principios, incoherente, falsa.

Además de tener la osadía de no elegir al que elige, la ninfa pecadora vive como tiene a bien, sale cuando tiene a bien, ironiza y escribe de broma, en serio, triste, alegre, inventa, cuenta la verdad, es personaje a ratos y piel de verdad, otros.

Mi blog no es un espacio por el que yo tenga que dar cuentas al mundo. No es una biografía, no es un lugar donde conocerme a través de las letras prescindiendo de mi persona y de mi alma.

Mi blog es parte de la libertad intrínseca a una Ninfa, la clase de libertad que al cien por cien no puede tener ningún ser humano.

Aún así, yo me permito el lujo de seguir siendo agradecida. De quedarme con lo bueno y olvidar lo malo. No porque sea mejor que nadie. Simplemente, porque sé que soy y hago más feliz a los que me rodean. El rencor, la inquina, la distancia sólo hace heridas purulentas. Yo quiero seguir sana.

¡Ay, de los que juzgáis porque con igual dureza seréis juzgados!
¡Ay de los que acusáis, porque también seréis acusados! ¡Ay de los inmisericordes porque no seréis perdonados, de los que no sabéis amar porque nunca seréis amados!

Ay de los que crucifican.. así de solos os quedaréis vosotros con vuestra propia cruz:

La intolerancia.

miércoles, octubre 03, 2007

Cambio de status

¿Y qué pasa cuando una tiene ganas de escribir porque sí, porque le gusta, le apetece y le provoca y no tiene demasiado que se pueda/deba/quiera contar?
Creo que, llegados a este punto, y puesto que esto es un blog, seguiré mi línea catárquica de hablar sobre lo que se me ocurra y cómo se me ocurra.

Llueve en Madrid. Me gustaría saber quién es el memo que dice que aquí no llueve. Eso sí, es como si lloviera a pedacitos, te moja una chispita aquí y otra allá. Como si hubiese goteras en la capota de acero contaminado de esta capital que amas u odias, sin términos medios. En Santiago, que no en toda Galicia, cuando llueve, llueve. Y puede llover un mes, una semana, en modo vendaval, por arriba, por abajo, por donde sea. Baja la temperatura y descubres que ha llegado el invierno sin más dilación.

En Madrid hay entretiempo. La temperatura es suave y yo no tengo ropa de entretiempo ni calzado de entretiempo. Yo tengo época de lluvias y de no lluvias. Monzón o calma. Y ni un duro para adaptarme _respecto a los trapos_ al clima. Los chinos hacen el “octubre” en las puertas de la oficina vendiendo paraguas de tres euros que duran tres horas. Son unos paragüitas muy bonitos estos de aquí, plegables, de juguete. En mi tierra, si salgo a la calle con un chisme así, no cruzo la acera con él vivo. Aquí puedes llevarlo en el bolso. Increíble.

Me he levantado algo más sosegada aunque no estoy en mi mejor momento. Creo que mi momento mejorará grandemente este jueves de cacería _y si no, de frivolidad a raudales, que relaja un montón_ y la inminente visita de un querido amigo al que veo en contadas pero siempre sobresalientes ocasiones.

Sigo esperando con más fe que otra cosa que aparezcan las maravillosas colaboraciones que me permitan hacer unos dineritos extras. No me quiero quejar mucho pero la vuelta al cole y la mudanza han desbaratado mi economía y está difícil la recuperación. De todos modos, mientras haya nómina y Visa, todo se andará.

Tengo claro que una de mis misiones en la vida es aprender a sobrevivir _que no vivir ni supervivir_ con buena cara, aprender a tener paciencia y saber que, como sea, se sale adelante. Es cansado pero todo el mundo te echa flores. Preferiría que no me llamasen valiente, que me llamasen pija y ser como la Preysler (sin Boyer a poder ser). Aparentemente insustancial pero forrada y viviendo como una marquesa _o ex marquesa, como ella_.

Pero no. Yo soy una chica superprofunda, que fascina por su intelecto y su bravura y, por eso mismo, asusta que no veas. Los hombres con los que he tenido relaciones más o menos largas, siempre se han comparado conmigo. Una estupidez, lo sé, pero pasa.

Hay quien dice _conociéndole muy bien_ que mi ex marido quería ser como yo (somos muy diferentes, sobre todo en el trato exterior) y por eso estuvo a mi lado tanto tiempo. He tenido novios que se quejaban de que mi aparente popularidad les hacía sentirse pequeños. Algo que les ocurre a ellos solos porque nadie les ha visto pequeños a mi lado, salvo en algún caso en que eran manifiestamente pequeños por sí mismos.

Yo quiero ser mujer florero. Mujer guapa, de modelitos, de calle Serrano, de bolso Loewe de 600 euros y que me quieran por no suponer una amenaza para la débil autoestima del interfecto. Quiero ser como la mujer de Fefé. El problema es que yo pretendo serlo sin Fefé… O con un Fefé algo más delgado. Es que los hombres con sobrepeso me disgustan mucho, no lo puedo evitar.

Ya no me hace ilusión que me digan que soy inteligentísima, que tengo mucho valor, que soy fuerte, que soy valiosa. Es poco práctico. Prefiero que me digan: “Qué suerte tienes, tía”. Que hablen mal de mí porque soy una mantenida que vive como una reinona y que no me tenga que preocupar de que, al llegar el día 3, ya esté sin un duro.

Puedo aportar CV:

“Estupenda amante, con iniciativa, a decir de muchos atractiva y con buen tipito, poca vergüenza, gracia y saber estar. Como de todo, no engordo, represento diez años menos y resulto amena. No tengo experiencia en modo geisha pero, por una buena pasta, digo causa, estoy dispuesta a aprender.
Aporto dos niños preciosos, rubitos, criados y muy bien educados. Agradecidos y simpáticos. No contemplo procrear más pero permitimos _los tres_ que las ansias de paternidad del interfecto se colmen con los miembros ya existentes en la familia.

Interesados, por favor, dejen sus demandas aquí. Valoraré todas las propuestas”.

A ver si cuela…

martes, octubre 02, 2007

Espadas en alto

El otoño es como la primavera pero peor. No sé por qué, me pone de una mala leche imposible. No sé si es que, tras la temporada de cable de alta tensión contenida, estoy echando basura fuera, que aborrezco la lluvia y las nubes o que me da por hacer balance.

Lo más gracioso es que el balance es positivo, dentro de un orden. Pero no acabo de encontrar mi punto de serenidad. Creo que necesito unas vacaciones, un puentecito alejada de todas las cosas que me preocupan (querida Soni, esto es un mensaje cifrado de auxilio para que me recojas en tus soleadas y hermosas tierras…).

Estoy volviendo a mi caparazón (no es que lo haya abandonado nunca pero he dejado alguna fisura a causa de una ilusión óptica y, sobre todo, acústica). Pero la ansiedad desconozco de dónde viene. Me defiendo como gata panza arriba por cosas que, habitualmente, sólo provocarían mi indiferencia o, como mucho, mi desprecio. Hay un amigo _aún no sé de qué grado es esta amistad pero, de momento, existe_ que dice que me pierden mis prontos. Es curioso, porque hace mucho que eso no me ocurría y, ciertamente, estos días ando con la mosca detrás de la oreja por cualquier cosa. Me siento atacada o minusvalorada sea o no cierto. Yo, que suelo reírme hasta de mi sombra, me enfado por chorradas y me dejo llevar por impulsos controlados hace decenas de años. De hecho, a mí que me minusvaloren siempre me ha importado un bledo porque es señal de desconocimiento e ignorancia del otro, por tanto, otro capítulo borrado en mi listín y mi memoria.

Será que vamos camino de la oscuridad, del frío. O que hace mucho que no salgo de cañas en plan “mataora” (algo a punto de ser solucionado este jueves en que ya he firmado la convocatoria). Me viene bien para el ego y para el cuerpo tontear hasta con las piedras de vez en cuando y, si me apetece, llevarme un gato al agua. Si no ese día, pues para la chorboagenda.

Cada día creo menos en los sentimientos y en la pareja. O mejor dicho, en los Hombres, con mayúsculas. No conozco ninguno. Ni uno solo. Y ya es raro porque tengo una edad y larga experiencia. Pero no. Todos me parecen decepcionantes en un sentido u otro. Unos por echados para adelante más de la cuenta, otros por echados para atrás, otros por ausencia de cerebro, más por pedantes, casi todos por minusválidos emocionales.

Reflexionando, creo que estoy enfadada conmigo misma. Y tengo que perdonarme pero eso es difícil para una persona tan autoexigente como yo. No soporto descubrir que aún me pueden vender motos _cuando, por lo general, las compro pero no me las vende nadie_ y entrar por aros que, desde siempre, me han echado para atrás. Que me trago cuentos que no me tragaba ni a los quince. He de decir, en mi defensa, que algunas veces _pocas pero ocurre_ el tener las defensas bajas hace que me desnude con más facilidad (me refiero al corazón, enfermos…). Y acabas dando y mostrando cuando y a quien no debes. Al menos, sin saber si esa persona merece tal grado de confianza.

Hace muchos años que sé quienes son mis amigos. Los que me conocen, los que me entienden, los que permanecen. Y, ocurre que, cuando haces jornadas de puertas abiertas, corres el riesgo de que entre cualquiera. Entre, rebusque, hurgue en tus cosas y luego se largue. Y a mí eso no debería pasarme porque tengo demasiadas horas de vuelo para permitirlo y para que me afecte.

Así que hoy me castigo un poco por conservar cierto grado de ¿Inocencia? No, de idiotez. Me prometo ser buena, no hacerme mala sangre _con lo contenta que estoy por lo general y lo fea que estoy cuando me pongo borde_ y, como dice una querida e inteligentísima amiga: “Cierra el corazón y abre las piernas”.

Amén

lunes, octubre 01, 2007

Lunes para divagar

Me ha tocado mañana de juzgados.

Dejando a un lado la desazón que me produce perder toda la mañana de trabajo cruzando la ciudad (una horita de ida y otra de vuelta…) para ir a declarar, he visto en el entorno judicial material para quince blogs.

Me he dedicado a observar a las abogadas _se reconocen por las togas y el traje de chaqueta azul marino_. Mayoría ya, sin duda. Jóvenes, con coleta, maquilladitas y subidas a tacones imposibles en contraste con tan sobrio atuendo. Había muchas altísimas _pero requetealtas_ y los clientes tampoco dejaban lugar a dudas.

A mi lado se sentó una mujer de edad imprecisa. Imprecisa por la ropa, juvenil y que le sentaba bien, la verdad, por la cara (color marrón terracota, mezcla de solarium y chapapote, labios retocados con colágeno de ése que queda tan mal y, supongo, algún retoque más), el pelo rubio, rizado y todo eso, propio de la edad madura. Con eso de ponerse todas rubias para parecer más jóvenes, parecen mayores porque ya una se da cuenta de que, a partir de la cuarentena, parece obligatorio decolorarse la pelambrera

Se acompañaba de un hombre también de edad imprecisa. Gordo, pequeñito, de aspecto sencillo y mayor. Me pasé un buen rato intentando sopesar si era su hija (no, demasiado talludita), su mujer (entonces se había gastado una pasta en arreglarse hasta el culo, que lo tenía de lo más mono y con pantalones megafashion) o qué sé yo. Finalmente, por la conversación, deduje que debían estar casados. No pegaban ni con cola. Ella superpija y él su contraste rejuvenecedor. Se giró el hombre, cuando la dama se contoneaba por los pasillos de los juzgados de Plaza de Castilla, y me preguntó si había un lugar para “hacer los menesteres”. Creo que mi cara de “¿Ein?” habló por mí y apostilló: “De orinar y esas cosas”.

Yo había escuchado lo de ir al “excusado” (que me parece graciosísimo y de otra época), al baño, al aseo y al water. Pero lo de los menesteres me lo guardo para mi acervo-argot personal que me parece buenísimo. El hombrecillo debía tener sus buenos dineros para conservar a su lado a tan restaurada señora. Lástima que no invirtiese algo más en restaurarse él, le saldría más a cuenta. Soy malpensada, lo sé, pero piensa mal y acertarás…


En fin, declaré por videconferencia y me vi espantosa de la muerte. Siempre he dicho que las mujeres, llegada cierta edad, no deben salir a la calle sin pintar, lo mismo que también he afirmado que hay que evitar embadurnarse a todas horas antes de tiempo porque eso pasa factura. Pues yo me vi horrorosa. No tengo arrugas pero no me gusta mi gesto cuando estoy seria. Creo que tengo la boca torcida y que se me marcan las sombras faciales. Ya, me diréis que soy una histérica pero no. Que creo que ha llegado la hora de embadurnarse para ir a comprar el pan.

Lo curioso es que me cuesta. Desde que estoy en Madrid, no me doy ni un toque de colorete ni mi indispensable siempre barra de labios diaria. Desconozco el motivo. Al principio sí, me ponía hecha un pincel. Remona. Pero se me ha pasado. Yo creo que el hecho de que en la oficina todos estén casados o ya sean amigotes influye pero no debería ser así.

Siempre me he arreglado para mí misma. Soy una crítica feroz con todo y a quien menos perdono es a mí. Y sin embargo, creo que me falta el estímulo diario para desear gustar. No hay nadie a la vista a quien impresionar ni nadie que me impresione. Bien al contrario, sigo en la tesitura de pensar que los tipos cada vez me parecen más un error genético o la confirmación de que las mujeres hemos domesticado el animal equivocado.

He vuelto a chatear por puritito aburrimiento. Y nuevamente me he encontrado imbéciles integrales, tíos que serán majos hasta que se te ocurra tener “tema” con ellos o hasta que vean que no hay ninguna posibilidad, alguno que me preguntó si me había cepillado 50 o más tíos del portal en cuestión y demás. La coña es que cuando le dije que no se lo decía ni borracha y que tampoco pensaba acostarme con él en la vida, me mandó a la mierda. ¡Qué bonito es el amor!

Así, entre faltones y cobardes emocionales veo pasar la vida, los días y las noches. Unas noches cada vez más vacías incluso acompañada y unos días cada vez más individualistas por mi bienestar cerebral.

Yo no sé si es cierto que el Señor dijo eso de que “no es bueno que el hombre esté solo” pero, a ratos, cada vez más largos, creo que lo mejor para la mujer es estarlo.

Como diría Coti “Por el bien de los dos…”

jueves, septiembre 27, 2007

Una extraña en la manada

Siempre he rehuido a los vecinos. Por mi condición de gallega, otrora tímida (sí, sí, aunque no os lo creáis) y los problemas que suele haber donde la confianza da asco (imaginaos en un edificio…) he procurado ser educada _o sea, decir hola y adiós con una sonrisa y fin_ y mantener la distancia adecuada para evitar roces innecesarios.

Sin embargo, estoy en etapa de socialización general. Mía, de los niños y de todo lo que se menea. Así que el pasado sábado me apunté a la clase de fiesta a la que nunca acudiría en otro momento de mi vida: despedida de piscina de todos los papás con niños que pueblan mi urbanización. El motivo era, obviamente, favorecer las relaciones de mis pequeños roedores con el mundillo infantil de la susodicha urbanización.

Así que me aparecí con mi tortilla recién hecha en medio de una fiesta de parejas deseosas de romper la rutina, comida para parar un tren y maridos reunidos alrededor del cubo de las cervezas. Un par de vecinas simpáticas me dieron conversación y, después, entre la visita de un amigo y los problemas existenciales de mi hija con no poder saltar a la comba, me dio la hora de irme.

Al día siguiente me reuní con el corro de marujas al que ya medio pertenezco y me pareció que un par de ellas me evitaban. Como a mí me traen al pairo este tipo de cosas me concentré en mis hijos y mi vecino del séptimo, que estaba de Rodríguez. Está un poco loco pero resulta muy entretenido.

En estas me comenta que si no he percibido el “movimiento de pavos reales”. No entendí, claro. “Que sí, mujer, que no has visto que el grupito de los cuatro maridos cambiaron a una posición visible para ti cuando te sentaste”. Ni idea. Cuando estoy en modo Maruja no soy capaz de pensar siquiera en que los hombres me vean como una mujer. Y menos los padres de los amigos de mis niños. ¡Qué depravación!

La cosa es que A. asegura que había mal rollito en la pareja a la que, casualmente, pertenecía la individua que me había torcido la cara mientras una acompañante suya me ignoraba. Me cuenta A. que voy a causar más de una buena bronca. Al parecer, mi condición de separada única del edificio me convierte en una suerte de personaje a la que se le presupone gran disposición para lo que sea y, de cara a algunas de ellas, un zorrón de cuidado del que hay que estar al tanto.

Me he reído un rato largo. No sé si bajar en chándal (que no tengo pero es por depurar mi estilo Mari-batitadeboatiné) o pintarme como una puerta para bajar al jardín. La chica mala que hay en mí tiene ganas de romper el mito de la mujer sola “porque nadie la quiere” y la buena, piensa en que no me vayan a marginar a los niños toda esta panda de malpensados.

En el fondo, me ha gustado que la manada me reconozca como un elemento diferente. Ya se sabe: no importa que hablen bien o mal de uno, lo que importa es que hablen.

Y a saber qué estarán diciendo…

lunes, septiembre 24, 2007

No son gigantes

Señores, mi Gobierno me está convirtiendo en racista. Sí, el Gobierno, no los inmigrantes ni la sociedad ni el color de la piel ni que haya muchos o pocos extranjeros en el país. Un Gobierno demagogo es el que me hace empezar a mirar con resquemor a la gente de color diferente, de acento diferente, de origen diferente.

Yo soy gallega. Procedo de un pueblo emigrante y pobre por naturaleza y herencia. No olvido que también nosotros tuvimos que salir, con una mano delante y otra detrás, a buscar en el extranjero las oportunidades que nuestra tierra, en aquel momento, no podía ofrecernos. Soy agradecida. Sé que la Galicia moderna de hoy ha crecido gracias al dinero enviado por nuestros denostados emigrantes que sufrieron la soledad, la discriminación, la necesidad para tener algo en su querida “terriña”.

Siempre he defendido las fronteras abiertas, el dar trabajo a quien ocupa puestos que ya nadie aquí quiere cubrir. Apoyo ser acogedor, no mirar a nadie bien o mal por el color de su piel. Me gusta subirme al metro y ver que Madrid se convierte en una ciudad multiétnica y políglota. Me agrada pensar que, allende los mares, algún niño vive mejor gracias al dinero que sus padres le envían dejándose las pestañas o las uñas o lo que sea, trabajando.

Pero una cosa es ser acogedor, agradecido y solidario y otra es ser gilipollas. Y el Gobierno de este país y de la Comunidad de Madrid es absolutamente gilipollas. La política demagógica a favor del inmigrante está generando rechazo social _a mí me está pasando_ hacia el inmigrante y no por ellos en sí sino por la actitud quijotesca de amparo gubernamental y discriminación positiva que se está haciendo en su favor.

Y yo estoy harta. Cada vez somos más los que estamos hartos.

Estoy harta de que, siendo una madre separada, con dos hijos, que ha de mantener un piso, dos niños, una asistenta y vida digna para los cuatro, no tenga derecho a ninguna ayuda. Que, como SÓLO soy española y SÓLO tengo dos hijos, tenga que dejarme _literalmente_ más 1200 euros de una sola vez en uniformes y libros para dos niños de 5 y 7 años (no hablo de matrículas, ni comedor ni ampliaciones de horarios…). Me pone enferma pagar a tocateja en presencia de una encantadora _y no va con segundas_ mujer de color, como se dice ahora (de color negro pero eso es lo de menos), que está vistiendo a cuatro niños entre 6 y 14 años de arriba abajo con el uniforme del colegio, todos los libros, la matrícula del colegio y hasta la donación que yo OBLIGATORIAMENTE tengo que hacer a la Fundación del colegio concertado de mis hijos, cubierta por el Gobierno.

También he tenido que ver como la pareja gitana, cargada de oro y kilos de más “compraba” ropa a mansalva para sus tres churumbeles, libros, material y no se llevaron nada más porque no entraba en el papelito sin soltar un duro. Todos ellos irán, por supuesto becados al comedor. Y a mis hijos y a mí, en cuanto paguemos a principios de mes todos los gastos, no nos quedará ni para comer. Y no es una manera de hablar. Cuento con tirar de Visa a partir del día 3 y entrar en la escalada de la deuda permanente.

Y aquí es donde uno se vuelve racista, señores. Porque no se puede ir de progre con el dinero de los demás. Yo llevo toda mi vida cotizando y no tengo ayudas de ningún tipo. Ni siquiera cuando estaba en el paro las tenía por madre separada. Nada de nada.

No estaba en Madrid en la convocatoria de ayudas para los libros. Así que, obviamente, no pude solicitarla. Así que, obviamente, no tengo derecho a ellas. Más de lo mismo para los uniformes y lo del comedor está por ver, porque supongo que gano demasiado, según su punto de vista. No puedo tener economía sumergida porque para eso hace falta que alguien se quede en casa sin trabajar y rebajando la renta per cápita. He de pagar horario ampliado y asistenta porque no tengo nadie que me cubra las horas que no cubre la enseñanza.

Cuando fui a buscar el recurso para la plaza de mi hija la cola estaba conformada, exclusivamente, por inmigrantes, gitanos y yo. Los inmigrantes se quejaban agriamente, en voz alta, de que a ellos se les hacía esperar porque eran “la mierda”. Yo estaba allí esperando, ser española no me sirve de nada y, esa misma tarde, coincidí con la señora de los cuatro niños africanos que pudo vestir a sus hijos a mi salud y la de toda la Madre Patria cuando yo ya no sé de dónde sacarme las castañas.

Es injusto. Yo estoy a favor de la integración y estamos caminando a la segregación. Porque ahora, cuando veo una niña negrita con su uniforme y sus libros, ya no me alegro como antes de que ella tenga su oportunidad. Me encabrono porque mi hija tiene menos que ella, con su madre deslomándose y trabajando toda su vida en este hermoso y acogedor país.

Lo que digo es impopular pero dolorosamente cierto.

No son gigantes, señores gobernantes… Son inmigrantes. Y Sancho sigue siendo el pueblo y quien, al final, mantiene erguido al hidalgo para que tenga una muerte digna.

Estamos desintegrando en lugar de integrar. Estamos separando. Si quieren igualdad, trátennos a todos igual, que estamos muy quemados. Lamento decirlo, para poder regalar, primero tiene que sobrar.

Y aquí no sobra nada. Por lo menos a mí

viernes, septiembre 21, 2007

Red de amigos

Hoy me he quitado un gran peso de encima. Mi niña irá al colegio que le corresponde con su hermano y, esto que parece tan sencillo y hasta pueril, es fruto de una verdadera batalla campal contra los muros funcionariales, la soledad y el desánimo.

He reflexionado estos días. Hay muchísimas personas _normalmente no internautas_ que critican este medio como vía de comunicación y conocimiento. Resulta que es “freak” o friky, como decimos ya todos, ligar por Internet, hacer amigos o tener relaciones del tipo que sean.

Particularmente, creo que friky se es por naturaleza y actitud. No tiene nada que ver con el medio que utilizas para interrelacionarte. Los que dicen que es horrible ligar en Internet dicen que lo suyo es hacerlo en las barras de los bares. ¿Y qué es lo que se encuentra allí? Polvos de una noche, charlas inconexas, mensajitos hasta que caes y el vacío. Ni siquiera se llega a la amistad y menos en una ciudad tan grande como Madrid que, como no te lo propongas, no vuelves a verte nunca más. Eso no es friky, cierto, es común, es la vulgaridad, es todo lo que se puede encontrar en la calle.

Te dicen que en las barras no se encuentra nada bueno. Cierto. ¿Puede alguien explicarme qué otro lugar hay para conocer hombres buenos, disponibles, valientes emocionales y que, además, te gusten? ¿En el trabajo? Los de mi quinta están todos pillados y, como todos sabemos, donde se come no se caga. ¿Por la calle? Eso sólo sucede en las películas. ¿En una fiesta glamourosa? Eso sólo le ocurre a Carrie Bradshow en Sexo en Nueva York.

Si quieres ampliar tu círculo de amigos, o tienes buen rollo en el trabajo o amigas solteras con ganas de fiesta (mis amigas de toda la vida están amarradísimas y nada fiesteras) o… No se me ocurre nada.

Y os diréis: ¿Qué tiene todo esto que ver con el inicio, el colegio, la batalla campal y la madre del cordero? Os lo explico.

En estos días que he pasado al borde de la desesperación, cruzando Madrid para nada, sin respuestas y con puertas de papeleros (Ay, perdón, funcionarios…) cerrándose en mis narices, he encontrado apoyo, solidaridad y ayuda real de personas que nada tienen que ganar con el bienestar de mi pequeña roedora ni el mío. Ni siquiera me conocen/conocían demasiado. He visto cómo a mi grito de auxilio han acudido, a través de la red, un diputado que no conocía de nada y me ha tratado como si fuese alguien (que lo soy aunque no lo parezca) y ha entendido la dimensión de un problema insignificante para la Administración pero gigantesco para mí. Un hombre bueno que no ha dudado en llamar a quien fuese para regalarme un favor que no pide para él. El mail del diputado también me lo dio otro hombre bueno que sabía de mis avatares. El tercer hombre bueno me ha escuchado y aguantado el monotema de mis preocupaciones, de mi sentido de la responsabilidad vulnerado por el muro de la burocracia y las charlas insustanciales sobre lo delgada que me he quedado en estos tres meses.

A todos les conocí en la red. Todos me brindaron su ayuda a través de la red. Todos ellos me han brindado más atención y ayuda que muchos de mis amigos. Tengo trabajo gracias a la red y ¿Quién sabe? A lo mejor, un día hasta soy capaz de encontrar el esquivo amor en la red o en dónde sea. Y si no, seguro que amistades sí.

En cualquier caso estoy aquí para compartir con todos vosotros y, muy especialmente con ellos, el final de una pesadilla que me ha costado varios kilos de mis carnes, estrés, caída del pelo a puñados, desazón, tristeza y sentimiento de fracaso al ver a mi hija triste pensando que no había un sitio para ella en esta inmensa ciudad.

Quiero daros las gracias queridos Antonio, David, Xai y señor diputado por haber estado ahí, por tanto apoyo y tanta comprensión. Y por haberme dado una razón más para creer que he elegido el camino correcto.

Espero seguir encontrándoos en la red o en donde sea.